Matrimonio, disolución voluntaria y amorosa

Para el día de hoy (25/02/11):
Evangelio según San Marcos 10, 1-12

(Los pensamientos y reflexiones acerca de la indisolubilidad del matrimonio -al menos desde la Iglesia- tienen firmes fundamentos; sin embargo, a menudo adolecen de una mirada de compasión y misericordia. Debe ser porque nos hemos vuelto ortodoxamente intolerantes al pecado...ajeno.

El mismo término en su etimología es controversial: matri-monium -mater y munium, función de madre- refiere a una institución del derecho romano por la cual la mujer adquiría el derecho a ser madre legalmente reconocida, y sus hijos tener derechos sucesorios, un padre reconocido, no ser considerados bastardos, etc.
Si nos detenemos en esta concepción primera -que se entiende que ha evolucionado considerablemente- se puede inferir que no está demasiado cerca de lo que nos enseña el Maestro.

¿Porqué no pensar al matrimonio desde la disolución voluntaria?
Parece una contradicción, o simplemente una torpe provocación. No obstante, tiene mucho de ello, comenzando por la raigal igualdad de deberes y derechos de los esposos, igualdad asumida no tanto por códigos instaurados sino desde el propio corazón.

Quizás sea dable pensar el matrimonio como disolución voluntaria del yo en pos del nosotros, reconocer que somos específicamente distintos y que, no obstante, desde esas disimilitudes tenemos la capacidad de hacer una vida plena, con el mismo poder Creador de Dios, generando vidas nuevas en los hijos -milagros plenos de la Gracia más que accidentes biológicos-.

Una sola carne que implica una sola vida magnificada y trascendente, la renuncia expresa al interés personal por el bien del otro, el morir a todo egoísmo para que el otro viva, la unión buscada de los cuerpos varios escalones más arriba del mero placer, sucediendo un encuentro que tiene mucho de Dios al ejercer amorosamente el poder creador en la concepción de los hijos y -muy especialmente- en la recreación del otro desde su especial identidad.

Tal vez todo adquiera un sentido más profundo cuando voluntaria y alegremente seamos capaces de disolver nuestros limitadísimos y hambrientos egos en favor de la vida de quien amamos.
Allí sucede el milagro, y a menudo encontramos un signo de eso que Jesús nos habla en abuelos que han compartido muchos años de vida juntos -con sus idas y vueltas, con encuentros y desencuentros, con aguas calmas y tormentas-: fíjense como será la identificación con el ser amado, que hasta físicamente se asemejan y parecen.

Desde esa perspectiva de disolución desde el amor, quizás recobremos eso que en el diario trajín se nos ha extraviado: el poder de crear, de dar vida, de amar -Dios en su misma esencia- no puede separarse ni quebrantarse, y es indisoluble y eterno por ello mismo.)

Paz y Bien

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