Retribución y desproporción

Para el día de hoy (20/02/11):
Evangelio según San Mateo 5, 38-48

(Uno de los varios modos de profundizar en el mar de la Palabra, es imaginarse en cada situación que nos vayan reflejando las lecturas, quizás desde una postura lo más objetiva e imparcial posible, dejando que nos invada e interpele cada situación.

Así por ejemplo, en el Evangelio para el día de hoy podemos suponernos sentados en la ladera de ese monte, escuchando lo que enseña ese galileo.

Aquí detengámonos un momento: Él está hablando del ojo por ojo, diente por diente, aquella normativa legal que solemos conocer como ley del Talión. El nombre tiene raíz latina -no hebrea ni aramea-, lex talionis, y en su literalidad es posible inferir algo como "ley del tal como...", es decir, se retribuye el daño conferido con un castigo no sólo equivalente, sino del mismo tenor y grado del crimen cometido.
Diecisete siglos antes de ese día de monte y enseñanza, el rey babilonio Hammurabi ya había codificado ese principio de reciprocidad con carácter legal. El pueblo de Israel no fue ajeno a esta idea, especialmente con la idea de regular la vida social y poner límites a la venganza: por ello, la justicia de la retribución necesariamente vá implicar ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pié por pié, quemadura por quemadura...
En nuestras sociedades, pretendidamente modernas y evolucionadas, también opera ese concepto de justicia, devolviendo como castigo al infractor penas dinerarias o bien, de privación de la libertad -aunque en casos extremos, sociedades del primer mundo sostengan impávidas la pena de muerte-. No estamos demasiado lejos en lo esencial, pues nuestra justicia implica que a tal delito corresponda tal castigo.

Estamos allí, entre la multitud escuchando al Maestro, y a Él no se le ocurre mejor idea que cuestionar aquello que socialmente nos cohesiona y permite una convivencia civilizada, nuestras ideas acerca de la justicia.
Más de uno se habrá quedado mudo de asombro, más de uno habrá oscilado entre la estupefacción y el escándalo, ayer y hoy.

¿Cómo se entiende entonces esa invitación a identificarnos como hijas e hijos de un Padre compasivo y misericordioso y, a la vez, ser felices y hambrientos buscadores de justicia?

Quizás entonces el escándalo suceda puertas adentro, allí mismo donde todo echa raíces y en donde se cuestiona verdaderamente este camino existencial y trascendente que llamamos vida cristiana. Ya no se trata de una abstracción, del desarraigo de lo cultual respecto de la vida diaria.
Es algo bien concreto, y perfectamente desmesurado, sin la clínica y metódica forma de evaluar y justipreciar la vida, tanto la propia como la ajena.

La desmesura es que la vida propia se expande cuando se multiplica y agranda primero la vida del prójimo, a partir del salir de uno mismo al encuentro del otro, es decir, aproximándose, haciéndose prójimo.
La desmesura es reconocer, desde un corazón engrandecido en la oración, al que nos odia y busca con denuedo nuestro mal como hijo de Dios y hermano nuestro.
La desmesura es no encerrarse en sí mismo -desde la fé, la nacionalidad, la raza, la ideología, la cultura, la sociedad- y borrar alegremente toda línea fronteriza que separe y aísle.

La desmesura es el amor, expresado como misericordia y compasión)

Paz y Bien

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