Vocación de hogar, cimientos firmes y escondidos

Para el día de hoy (06/03/11):
Evangelio según San Mateo 7, 21-27

(A menudo es menester no preocuparse demasiado en buscar razonamientos y explicaciones a la Palabra, y no tanto porque estos esfuerzos estén de alguna manera prohibidos o sean contrarios a la enseñanza del Maestro: se trata más bien de dejarse interpelar, oír y escuchar lo que Él nos está diciendo ahora para cambiar. Toda otra idea que no implique una transformación de la existencia es pura esterilidad, desperdicio de esta corta vida que tenemos, arena fina que barre la marea sin demasiado esfuerzo.

Pueden tener resonancias muy duras las Palabras de Jesús: al fin y al cabo, parece que determinados sucesos proféticos, carismáticos exorcismos y actos milagrosos no se corresponden necesariamente con la voluntad de Abbá, Padre suyo y nuestro... y esto debería preocuparnos en extremo, pues nos aferramos a una idea de santidad establecida con carácter post mortem y de resultas de acontecimientos espectaculares e increíbles.

Sin embargo, el Maestro hoy -ahora mismo- está hablando de justicia y sabiduría, de una vocación de edificar nuestras existencias día a día, firmemente cimentados en la Palabra de Vida y Palabra Viva.

Justicia que es ajustar la voluntad a la de Dios, y es precisamente que el hombre viva en plenitud.
Sabiduría que está intrínsecamente ligada a una palabra hermana suya -sabor-, y que nos señala un destino salino, para que la vida sea sabrosa, digna de ser vivida, desalojando toda corrupción.

Quizás entonces la santidad se nos revele en el día a día, en el edificarse desde nuestra nada hacia la plenitud en humanidad, en volvernos más hogar que simple casa... podrán haber palacios y chozas, nos encontraremos con la posibilidad de enormes edificios o de mínimas taperas, pero en todos los casos prima esa vocación de ser hogar, un hogar firme, un hogar en donde palpite desde el amanecer hasta el ocaso y en la noche también la santidad, esa santidad que significa reconocer al hermano en tu dignidad única e irrepetible de hijo de Dios, esa santidad que se expresa en el cuidado del otro y en la entrega generosa y desinteresada para que el otro viva y sea feliz, para que no campeen la pobreza y la miseria, para que el no se nos cuele el egoísmo -arena fina- en los cimientos que andamos intentando en esta roca que es Él.

Quizás allí, desde la firmeza de la Palabra, bajo el alero del Espíritu comencemos a descubrir a una multitud de mujeres y hombres santos que nunca han de llegar al honor de los altares, y que sin embargo son decididamente santos, es decir, mujeres y hombres que tienen la totalidad de su vida asentada en Jesús, que hacen vida diaria la Palabra de Vida y que por ello mismo, nos dicen que no estamos solos y que esta vida merece ser vivida y no tendrá fin)

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba