Escrito en tierra

Para el día de hoy (11/04/11):
Evangelio según San Juan 8, 1-11

(La han traído a los empujones, y la colocan en el centro; la tensión se respira y hace doler el pecho. Las piedras ejecutoras parecen salirse de las manos que las portan.
La habían sorprendido en adulterio y -agudos observadores de las miserias ajenas pero no de las propias- según la ley debía ser ejecutada.
Es claro que su condena se acrecienta por el hecho de ser mujer: nada se dice del varón que ha sido partícipe del acto condenatorio.

Bajo la apariencia de una fidelidad extrema a las normas y a la ley, hay una agresiva militancia contraria a toda compasión y misericordia -tenaces defensores de la exclusión y la misoginia-, y desde esa postura buscan una trampa dialéctica para acusar al Maestro. Las piedras de la lapidación no están tanto en sus manos como en sus corazones.

Jesús está inclinado y escribe en el suelo, y sobre esta pequeña línea han reflexionado con gran profundidad grandes hombres y mujeres del Espíritu.
¿Qué estaría escribiendo el Señor en el suelo?

Sólo por hoy nos aventuraremos humildemente en una posibilidad: allí mismo, en ese momento crucial en donde se decidía vida o muerte, Jesús escribía en la tierra las miserias tanto de la acusada como de los acusadores, y desde allí su respuesta: quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Lo que está escrito en tierra rápidamente se borra por la acción del viento o cuando cae la lluvia, y es la maravilla de la Misericordia que sostiene al universo.

Aún cuando nuestros delitos nos hagan parecer reos de muerte, están escritos en tierra.
Y la Misericordia viene como viento del Espíritu, Dios que se nos hace lluvia, agua fresca que borra todo lo malo.

El perdón es motivo de vidas nuevas, vidas renovadas, vidas que recomienzan.
La adúltera no es clasificada por el Maestro como tal, por eso mismo es llamada desde su esencia -mujer- con un envío decisivo: el de ir, el de seguir viviendo y el de no volver a hacerse daño.

En este desierto nuestras miserias están escritas por el dedo de Dios en la arena; quizás haya que suplicar un poco de viento Santo, unas gotas de agua clara que borren esas piedras que nos matan y con las que solemos lastimar al prójimo, y descubrirnos nuevos, invitados a vivir plenos, sin hacernos daño.

Nadie debe morir: Uno sólo morirá por todo el pueblo, y derrotará a la muerte en el amor de la Resurrección)

Paz y Bien

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