En el principio, la comunidad y el servicio


Para el día de hoy (31/08/11):
Evangelio según San Lucas 4, 38-44


(Casa de Cafarnaúm, de Pedro y Andrés, casa de pescadores, será durante largo tiempo hogar del Maestro.
Hace poco Juan cayó en las garras voraces herodianas, pero ni la brutalidad de los poderosos detiene el anuncio de la Buena Noticia: Jesús comienza su ministerio, y en ese ámbito doméstico Jesús edifica y abre el espacio de la primera comunidad.

Esa comunidad primera tendrá por distingo la liberación y el servicio, el enfrentamiento abierto contra toda marginalidad y discriminación: posiblemente sea una casa pequeña -casa de pescadores humildes- pero a la vez será hogar grande, con cabida para muchos. Hemos de suponer lo obvio: si hay suegra, Pedro ha de tener esposa e hijos corriendo por el lugar, al igual que Andrés, al igual que Juan y Santiago, los Zebedeos de igual oficio.

Allí no hay lugar para ningún estigma impuesto, marcas crueles que deshumanizan arguyendo normas sociales y religiosas inviolables.
El Señor embiste santamente contra cualquier cadena-condena que impida la vida plena, y allí sucede precisamente eso.
Ella sufre la dura carga de ser mujer, de ser mayor y de estar enferma. Es mujer y por lo tanto no tiene otro derecho que el de parir hijos y someterse a la voluntad y el capricho de su esposo -si lo tiene-; al ser anciana, esta aún más desprotegida.
Y como si ello no bastara, está enferma: era de amplia aceptación -sacralizado- el concepto de la enfermedad como condena divina por ignotos pecados y, a la vez, motivo de impureza intocable.

Seguramente Jesús al llegarse a ese hogar no sabía lo que estaba sucediendo: sin embargo, al enterarse no duda ni vacila en inclinarse hacia esa mujer que es apenas algo más que nada, que sólo puede esperar morir en silencio, a la que nadie quiere acercarse para no volverse impuro.
El Maestro desafía abiertamente tabúes y demonizaciones habituales y tristemente normales, y tomando su mano, la hace poner de pié, sana y entera: Él mismo, con ese gesto, se vuelve impuro y marginal.
El Evangelista no nos trae el nombre de la suegra de Simón Pedro quizás porque lo verdaderamente importante es la consecuencia de esa liberación que sucede: esa mujer redimida se pone en pié y los sirve, y no se trata solamente de poner la mesa ,tarea de mujeres y esclavos, sino de un sentido mucho más profundo, el de la diaconía. La liberación es el paso de la servidumbre al servicio, no es tanto librarse de sino más bien ser libre para -veinte siglos después seguimos discutiendo con sesudos fundamentos cuestiones de servicios en nuestras comunidades a partir del género...-

Al atardecer las multitudes se acercan a ese hogar-comunidad llevándole a todos los que sufrían alguna dolencia: no van a esos horarios por casualidad, ni por disponibilidad fuera del tiempo laboral, nada de eso. Esas gentes aún son prisioneras del Shabbat impuesto que finaliza al atardecer, están cautivos de normas e ideología imperantes y tienen condicionadas sus urgencias por eso mismo. Aún así, el Maestro no rechaza a nadie, a todos sana, no vacila en imponer y tocar con sus manos a todos y cada uno de ellos, y hay gritos fieros que deben acallarse, demonios que se agitan y alzan voces ofendidas.
Los demonios de la exclusión y de la inhumanidad deben acallarse para que el pueblo recupere la palabra.

Es comprensible, en la ilógica del Reino, que luego Jesús busque retirarse a un lugar desierto a orar: Él rehuye de las mieles amargas del éxito, y su alimento es hacer la voluntad de Aquél que lo envió, sustentado y fortalecido en la oración.

Esas gentes renovadas y benditas de sanación quieren retenerlo, lo quieren sólo para ellos: pero Jesús no lo permite, el anuncio de la Buena Noticia no puede acotarse a unos cuantos privilegiados, debe llegar a todas partes, aún a los sitios más insospechados, lugares inimaginables en donde pocos esperan que acontezca el Reino, lugares descartados de antemano. Esto no nos es extraño: en nuestras comunidades solemos ansiar y degustar de un Cristo que nos pertenezca a nosotros solos, a unos pocos, un Redentor perfectamente ubicado en los altares y circunscrito a templos de cemento y piedra.

Pero es tiempo de Gracia y Misericordia, y el sagradamente se nos escapa, y llega con milagros de comunión y salud allí, precisamente allí, a esos lugares en donde nada se espera, en donde no hay más espacio, en donde toda noticia es habitualmente mala.)

Paz y Bien




2 comentarios:

Salvador Pérez Alayón dijo...

Un signo muy claro de que el encuentro con JESÚS se ha realizado es el servicio. Encontrarse con JESÚS supone ponerse a servir, porque el Amor deriva en servicio. Eso fue lo que hizo JESÚS, y lo que harán todos aquellos que se encuentren con ÉL, como es el caso de la suegra de Pedro.

Y huir del elogio, del halago, de los privilegios, de la importancia y de los honores, supone estar en la línea de JESÚS, que siendo el MAYOR se hizo el más pequeño.

Otro signo palpable de que estar en JESÚS es remar contra corriente lo encontramos en el dolor, la mortificación, los rechazos, las dificultades, la oscuridad y cuando todo parece perdido o bastante negro. Es cuando JESÚS, como en la tempestad, aparece y se hace presente.

Busquemos a ese JESÚS, al del dolor y la enfermedad, porque son en esos momentos cuando y donde lo podemos encontrar.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Al Crucificado que es el Resucitado, querido hermano.
Un abrazo grande
Paz y Bien
Ricardo

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