Dos mujeres cercanas y un Dios que se hace pariente


Para el día de hoy (21/12/11):
Evangelio según San Lucas 1, 39-45


(La ley mosaica era dura, durísima e inmisericorde cuando se trataba de una mujer recién desposada y con un embarazo, cuanto menos, sospechoso; por Dt 22, 20 y ss sabemos que María de Nazareth y su bebé se hallaban frente a un peligro cierto de morir por lapidación en las afueras de su pueblo. Sabemos también que la controversia se había desatado, por eso José de Nazareth decide repudiarla en secreto, para evitar tanto el peligro mortal como la ignominia del repudio público normado.
Desde allí, es dable pensar que María se pone en camino no sólo por la necesidad de su parienta Isabel, sino también porque lleva ya tres meses de embarazo de ese Niño Santo...y a los tres meses comienza a notarse maravillosa la vida en ciernes, pero ese vientre que asoma con orgullo desde su Dios es también acusatoria. María se pone en camino solitario por esos ciento veinte kilómetros que separan Nazareth de Ain Karem en busca de refugio y protección.
Sólo por un momento imaginemos a esa muchachita judía tratando de justificar un embarazo sin estar casada, esperando un hijo de Dios y que esto le había sido comunicado por el Ángel Gabriel.  En aquél entonces y ahora se le habría conferido un status por lo menos absurdo e irrisorio.

La Palabra nos abre el horizonte del más, del siempre hay más.

María de Nazareth llega a casa del sacerdote Zacarías y de su esposa Isabel, casi abuelos y, sin embargo, a la espera de un hijo soñado. Isabel luce orgullosa una panza de seis meses, y podemos imaginarnos sin dificultad esos pómulos redondeados y brillantes, esa mirada encendida de vida creciente, de Juan el Bautista que llegará como bendición en poco tiempo.

Son dos mujeres cercanas, pertenecen a la misma familia; aún así, hay un abismo aparente entre ambas.
Isabel es descendiente de Aarón, tiene raíces nobles, es esposa de un sacerdote del Templo de Jerusalem, vive en la ortodoxa Judá y seguramente se encuentra en una situación social sin apuros. María de Nazareth es una muchacha campesina de aldea polvorienta, de región controversial, la Galilea de los gentiles, y estando apenas desposada -es decir, comprometida-, ya se encuentra en su tercer mes.
Son muy diferentes, y sin embargo saltan vigorosamente cualquier distancia que las separa. Debe ser que cuando nos animamos a que suceda el encuentro, Dios se hace presente y acontece la alegría.

Sucede el encuentro, sucede el asombro por ese secreto que comparten dos mujeres que serán madres en breve, y la vida salta, festeja y palpita. Sucede el misterio de Dios que se hace presencia y bendición, sucede la capacidad de descubrir la increíble magnitud de la Gracia que no requiere méritos, que nos devuelve a nuestra estatura real, sucede Isabel  maravillada porque Dios ha llegado a su vida en esa muchacha nazarena, en la que descubre que está la bendición y la Salvación creciéndose humilde, sucede el descubrimiento real del otro -¡Feliz de tí por creer!-

Quizás eso que conocemos como Iglesia sea, ante todo, refugio seguro y hogar de puertas abiertas para la vida acosada y perseguida, cálido recinto para los despreciados.
Entonces se nos descubrirá una de las vertientes magníficas de este tiempo santo, y es que Dios se hace tan cercano en el Niño que habrá de nacer que se hace parte de nuestra familia, un Dios pariente de cada uno de nosotros, ese Dios de María de Nazareth que protege la vida y que se sienta a la mesa de nuestras existencias para brindar por la vida que persiste con todo y a pesar de todo)

Paz y Bien

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