De la salud como desafío

Para el día de hoy (10/01/12):
Evangelio según San Marcos 1, 21-28

(En los tiempos de la predicación del Maestro, ciertos fanatismos y lecturas literales de la Palabra -la literalidad es raíz de todo fundamentalismo- desembocaban necesariamente en dos consideraciones: por un lado, la enfermedad en general como consecuencia del pecado propio o familiar, es decir, la enfermedad como castigo preciso, un Dios vengativo y cobrador puntual de tributos. Por otro lado, ciertas enfermedades puntuales -especialmente las mentales- como consecuencia puntual de la posesión por parte de espíritus malignos. En el caso de hoy, podemos suponer por los detalles que nos brinda el Evangelista un caso de epilepsia por los síntomas descritos, y es menester saber ponerse en el lugar del otro en la nueva perspectiva de la Gracia.

Jesús de Nazareth comienza su ministerio en un ambiente hostil y decididamente adverso; la sinagoga -que en su etimología significa congregar, congregación- se ha vuelto un sitio en donde con severa puntillosidad se dividen las aguas entre puros e impuros, entre aptos para permanecer dentro del pueblo del Dios de Abraham y los impuros de toda laya, los excluidos de antemano de toda bendición.
En esas turbulencias estrictas, el pequeño grupo de compañeros del Maestro que lo había seguido con un destino de pescadores de hombres por horizonte, deben navegar desde el vamos por aguas peligrosas.
El Dios de Jesús de Nazareth es, ante todo, Abbá!, un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, y en la fantástica libertad de su Reino no se lo somete a nuestras leyes mezquinas o a doctrinas escasas de compasión que apisonen la dignidad fundamental de sus hijas e hijos.

Una cosa es clara: lo sucedido en esa sinagoga, en pleno Shabbat, puede quedar circunscrito a un mero exorcismo cinematográfico, a una cura milagrera o a una azarosa casualidad.

Pero es Año de gracia y Misericordia, y prevalecen las causalidades arraigadas en la esencia amorosa de Dios.

Los gritos destemplados y quejumbrosos de ese hombre doliente en su alma expresan su dolor, pero también son la queja rabiosa de un sistema instituido para el dominio y la alienación de las gentes. En ese espacio estrecho, la restitución de la salud a ese hijo de Dios que sufre por parte de Jesús de Nazareth es un desafío abierto e increíble: no hay institución ni doctrina que esté por encima de la sacralidad de la vida humana.

La gente intuye que en ese rabbí galileo -judío marginal, irreverente y heterodoxo- hay algo distinto. Tiene una autoridad que no se funda en el conocimiento profuso de dogmas ni en el seguimiento exacto de reglamentos religiosos: su autoridad nace de su experiencia profunda, personal y única del Espíritu, en su identidad total con su Padre. Es autoridad que se arraiga en su raíz augere, es decir, en la capacidad frutal de hacer nacer cosas. No hay mal que se le resista cuando Él se hace presente en el templo, en la comunidad, en la Iglesia, en nuestras vidas.

Quiera el Espíritu hacernos nacer cosas nuevas, florecer en compasión, liberarnos de toda enajenación, viviendo en salud plena que es la libertad irrevocable de las hijas e hijos de Dios.)

Paz y Bien



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