Sacrificio, misión y servicio

Para el día de hoy (21/02/12):
Evangelio según San Marcos 9, 30-37

(Ellos iban caminando con el Maestro por veredas galileas, senderos de la periferia en donde no era de esperarse nada en especial, nada bueno, nada nuevo; Él les iba contando lo que tenía la certeza de que iba a sucederle, su entrega, los horrores de su Pasión, su derrota, su Resurrección.
Pero poco importaba: a pesar de hablarles con el corazón entre sus manos, ellos no lo entendían y temían hacerle preguntas.

Nosotros también tememos hacerle preguntas a Dios, porque solemos tener miedo de las respuestas con que hemos de encontrarnos.

El temor y el silencio de los discípulos radica también en que están prisioneros de una mentalidad y espiritualidad / teología de la gloria y el éxito. Seguramente para ellos y para muchos de nosotros resulta más fácil y atractivo encontrar a un dios revestido de poder que se impone, un dios glorioso que se regodea en los espacios en donde se ejerce la pompa y el poder.
Pero ése no es el rostro del Dios de Jesús de Nazareth.

Se trata de sacrificio, y en algún momento de la historia se ha oscurecido la plenitud de su significado, y se lo ha acomodado a a los criterios dominantes de cada época.
La etimología puede sernos una herramienta útil: sacro facere, hacer sagrado lo que no lo es en su sentido primero, hacer sagradas las cosas, hacer sagrada la vida desde la entrega y a partir del hecho fundante del amor.
Toda el universo se santificará a partir del sacrificio de Cristo, y la eternidad se hace presente cuando la vida se hace ofrenda en la cotidianeidad.

Los discípulos, frente a su incomprensión y desde su sordera, dejan de escuchar y de hablar con el Maestro y se embarcan en una agria discusión. No entra en un magro universo esa ilógica de derrota y mansedumbre de Jesús, por ello seguirán empecinados en sus ambiciones de primacías y prebendas, en las razones del ejercicio del poder que clasifica a las gentes en más o menos importantes, en estratificaciones jerárquicas, en convenientes inteligencias de dominio y sumisión.
El abismo es tan evidente entre Jesús de Nazareth y su postura, que sólo queda lugar para la vergüenza.

El modo de comprender lo que sus y nuestras mentes cerradas tan a menudo rechazan es aceptar en todas sus dimensiones a un niño. Es el símbolo de aquellos que están desprovistos de todo derecho, de cualquier poder, vulnerable por donde se lo busque.
Jesús lo abraza y lo pone en el centro de todas las miradas porque en cada niño resplandece el rostro del Dios del universo, porque -a pesar de todo lo que se hace y dice- los niños no cuentan, son variables económicas y estadísticas y y son pocos los que aceptan hacerse pequeños, insignificantes, pequeños de ojos plenos de asombro capaces de reconocer a su Padre con alegría incontenible.

De allí surge nuestra misión entendida como servicio. Es la misión de la diakonia, de servir la mesa grande de Aquel que a nadie excluye, servidores que quieren santificar al mundo desde la entrega de su propia existencia para que los demás vivan, servidores con espíritu de niños que no se creen nada ni nadie, pero saben que todo lo pueden a partir del escándalo mayor, increíble y maravilloso de la cruz y del amor)

Paz y Bien


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