José Nazareno de la justicia y el servicio

San José, Esposo de la Virgen María

Para el día de hoy (19/03/12):
Evangelio según San Mateo 1, 16.18-21.24

(Parece mentira que de alguien tan fundamental los Evangelios nos relaten tan poco. No hay una sola palabra pronunciada por José de Nazareth.
Sin embargo, en los relatos de la Buena Noticia nada sucede por casualidad, ni lo expresado allí es a causa de olvidos o censuras.
José se mantiene en un silencio atento, y ese silencio -en las profundidades de nuestros corazones- se nos vuelve estridente, brújula cordial para nuestros pasos perdidos.

Es un tekton, un artesano galileo al que sus hermanos judíos tienen a menos. Su acento lo traiciona, su origen lo desmerece, su oficio es demasiado humilde como para esperar demasiado de él.

Aún así, Dios lo elije como padre, y a su esposa como madre.

Es un hombre justo, más no en el sentido ecuánime que solemos otorgarle al término: es justo porque ajusta su vida a la voluntad de Dios, es justo por ser capaz de misericordia y compasión, es justo por poner la vida como valor primero, vida a ser cuidada y protegida, vida que está por sobre cualquier norma o ley.

Así será decisivo en el misterio de la Encarnación de Dios con nosotros, protegiendo a esa muchacha que ama, recibiéndola como esposa sin reserva alguna, queriendo sin límites desde su modestia a ese Hijo sorprendente, Dios al que llamará hijito.

Es lógico y veraz decir que José es el padre adoptivo o, mejor aún, el padre legal de Jesús.
Sin embargo, hoy nos atreveremos a llamarlo, por un momento, padre de Jesús.
Padre que procura con su esfuerzo el sustento para su familia, padre capaz de cualquier cosa -emigrante mal mirado- para aliviar las penurias de los suyos, padre que ama del mismo modo que su Dios, tan intensamente brindando su vida a los otros que pasa desapercibido.

Ese Hijo Santo que cambia la historia adopta sus gestos, aprende su oficio y se nutre de su humildad. Por ello no es extraño que a su Padre nos lo revele como Abbá!, pues ya desde muy pequeño descubrió a la eternidad en ese abrigo paternal nazareno.

Conmociona y emociona que un hombre tan humilde, elegido y amado por Dios, cuando ha cumplido su misión se retira mansamente sin estridencias, sin avisos descollantes. Él ha cuidado y amado a los suyos, y es alentador para todos y cada uno de nosotros, y es signo cierto de que no hay amor mayor que la entrega servicial por la vida de quien amamos)

Paz y Bien

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