Con la mirada puesta en el Redentor


Para el día de hoy (02/01/13):  
Evangelio según San Juan 1, 19-28

(El Evangelio para el día de hoy finaliza con una ubicación precisa, Betania al otro lado del Jordán. En los tiempos de la predicación de Jesús, podemos ubicar a dos localidades con la misma denominación: por un lado, la que recién mencionábamos, y por el otro, la aldea cercana a Jerusalem -al este del Monte de los Olivos- en donde se encontraba la casa de los amigos del Maestro, Lázaro, Marta y María.

Estas precisiones no responden únicamente a certezas sociohistóricas: teológicamente -espiritualmente- significan lo profundo y decisivo de que el Reino acontece en la historia humana, un Dios que se encarna en el tiempo y que jamás se desentiende de esa Creación que ama.

Asimismo, el pueblo de Israel -en el lapso histórico señalado en el texto- atravesaba una situación difícil, horas muy dolorosas: a la miseria de la gran mayoría, se le añadía la tensión por encontrarse sometidos al dominio imperial romano y un sistema religioso rígido que agobiaba a la gran mayoría con sus normas de pureza y exclusión. Ese pueblo ansiaba la llegada de un Libertador anunciado por sus profetas, que también restauraría la vida comunitaria.
En ese ambiente opresivo y enrarecido, irrumpe como un viento fresco Juan el Bautista, hijo de Zacarías e Isabel..

Juan anuncia la llegada inminente de ese Mesías añorado, y por ello pide conversión a las gentes, enderezar senderos, y a la vez denuncia toda corrupción y todo lo que se opone a ese Salvador que ya está entre ellos.
Su integridad legitima su mensaje, y se suscita un movimiento popular que preocupa y a las autoridades religiosas y políticas; aunque no lo comprenden, saben que ese hombre austero del desierto se ha vuelto muy peligroso, y por ello mismo se envía a un grupo de levitas y sacerdotes, desde Jerusalem, a interrogarlo.
Podemos inferir que los interrogadores van hacia donde Juan bautizaba con intenciones descalificadoras y represivas antes que con ansias de verdad. 

Le preguntan, sucesivamente, si es el Mesías, si es Elías o si es el Profeta.
Juan no se aprovecha de su situación, no quiere ser reconocido, no tiene hambre de poder ni de protagonismo individual. Deja muy en claro y sin ambages que él no es el Mesías ni tampoco un profeta, es sólo una voz que clama en el desierto.Una voz que porta un mensaje que no le pertenece, un camino que ha de allanarse para que sea transitado por Aquél que todos esperan.

Juan es transparente y eso es fundamental para la luz que transmite. En tiempos tenebrosos, hay muchos seres luminosos que irradian resplandores vitales.
Juan bautiza como símbolo de un morir a todo lo viejo, para que la vida nueva se abra paso, y ese bautismo es otro Mar Rojo que conduce a la tierra prometida del Cristo, un Cristo que quizás aún no se conoce y re-conoce pero que, sin embargo, ya se encuentra entre nosotros.

Juan no quiere nada para sí, es un hombre del Espíritu que tiene una mirada lejana, y es esa voz profética y santa que nos hace enfocar nuevamente los ojos en el Salvador)

Paz y Bien


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