Los que esperan, los que saben mirar y ver


La Presentación del Señor

Para el día de hoy (02/02/13):  
Evangelio según San Lucas 2, 22-40

(José, María y Jesús de Nazareth son judíos íntegros, fieles observantes de las tradiciones de su pueblo. Por ello mismo, siguiendo las pescripciones de la Ley, suben de Nazareth a Jerusalem para cumplir con las prescripciones litúrgicas por el nacimiento de Jesús -su primogénito- y también para realizar la purificación de María, considerada por la mentalidad imperante como impura a causa del parto reciente.

Lo usual hubiera sido comprar un cordero joven, sin mancha, y se lo llevaría al sacerdote de turno, el que lo sacrificaría en holocausto y ofrenda al Dios de Israel. Ellos son pobres -tan pobres- que sólo ofrecen dos pajaritos -pichones de tórtolas o palomas- los sucedáneos de ofrenda indicados por la Ley para los pobres.

Es menester representarnos por un momento la escena: ese Templo es muy grande y muy alto, y por él pasan a diario multitudes. Además de todo ello, seguramente el ligar está lleno de humo, a causa de los continuos holocaustos de animales de ofrenda y por la grasa que se vá quemando.

En medio de la multitud, en ese espacio enorme, hay una joven pareja de galileos pobres con un bebé, campesinos silenciosos y quizás, algo asustados. Las gentes, ocupadas en sus cosas, los pasan de largo. Los sacerdotes están demasiado ocupados en el culto, y ni los ven. Poco se pueden imaginar acerca de esa familia de pobres, de mínimos, de galileos silenciosos.

Sucede que Dios se acerca a la vida de todos en silencio, pobreza y humildad, sin arremeter, casi de incógnito, y la vorágine cotidiana y los preconceptos nos lo hacen perder de vista.

Allí también, inmersos en la multitud, había dos abuelos magníficos. En cierto modo, ellos también no cuentan para los demás, toda vez que se supone que la muerte en cualquier momento los llamará, y es probable que carguen con los achaques propios de su edad.
Quizás por ello, son dos abuelos que nada tienen que perder y que nunca han dejado de confiar, de militar en silenciosa y mansa esperanza. Ellos son una abuela y un abuelo que jamás se han resignado, que se aferran a las promesas de Dios pues saben que Él indefectiblemente cumple con la palabra que empeña. Por ello mismo sus ojos ancianos y cansados tienen la capacidad de mirar y ver en plenitud, por entre la bulla y el gentío a ese bebé Santo que los demás ignoran.
Aunque los supongan al borde del morir, ellos están más vivos que todos los demás, con su mirada lejana encendida.

No es aventurado nombrar a Simeón y a Ana como abuelos de Jesús; Él mismo enseñaría tiempo después que su familia se constituía por aquellos que guardaban la Palabra de Dios y la cumplían.

A nosotros nos queda volver a afinar los ojos. Por entre el caos cotidiano y el humo de la rutina, Dios vuelve a acercarse humilde y silencioso a nuestras existencias.
Sólo hay que saber mirar y ver)

Paz y Bien

    

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