De sal y recompensas




Para el día de hoy (23/05/13):  
Evangelio según San Marcos 9, 41-50


(Siempre es importante tener presente los peligros que acarrea cualquier lectura lineal y literal de la Palabra, pues necesariamente conduce a los fundamentalismos que son ajenos a la Buena Noticia. Ello no implica, es claro, el otro extremo laxo de adaptar los Evangelios a nuestras necesidades y conveniencias. 
Para quienes nos identificamos y pertenecemos a la unidad católica, el magisterio de la Iglesia nos conduce por caminos ciertos; sin embargo, quizás el primer paso es la disposición del corazón a la escucha, y a la escucha atenta. La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Viva que puede transformarnos, frutos todos del Espíritu del Resucitado.

Así no nos quedaremos en la superficie, y podemos sumergirnos y ahondar en las profundidades de este mar infinito sin orillas que se nos ofrece bondadosamente y sin condiciones como herencia filial a toda la humanidad. Tal vez ése sea el real significado de Testamento, la herencia incalculable y asombrosa de la Gracia, y todo orbita alrededor de ese sol de vida plena.

Durante demasiado tiempo hemos mercantilizado la fé en el Dios de la Vida, Dios Abba de Jesús de Nazareth y de todos nosotros, afanosos por encontrar celestiales recompensas como contraprestación; aún cuando es razonablemente humana la búsqueda de retribuciones justas, la Encarnación supone una ilógica que corre por otros carriles que no pueden mensurarse con facilidad.

Se trata de la bondad infinita de un Dios que es Padre y Madre y que revela y expresa Jesús de Nazareth.

Por ello, cada acto de bondad y compasión hacia el prójimo lleva por beneficio el hacernos mejores, cada día más humanos. Paradójicamente, el bien que hacemos desinteresadamente por los demás, los gestos de bondad, los pequeños y grandes servicios nos hacen crecer en humanidad. Y del mismo modo, toda acción en contra de la vida y de la humanidad -en especial, en contra de los pequeños y los débiles- nos demuele, nos hace retroceder en corazón y decrecer en espíritu hasta la misma aniquilación como personas. Precisamente a ello se refiere el Maestro al referirse todo el daño que nos puede generar el dañar y confundir a los pequeños, pequeños que no son solamente niños, pequeños que pueden ser los pobres y los que tienen una fé incipiente.

Hemos de cuidar manos, pies y ojos.

Manos que representan y simbolizan todo nuestro obrar, manos que cuando tuercen su destino de creación y derriban -eso que llamamos pecado- nos separan del Reino.

Pies refieren a los caminos por los que andamos y los que desandamos, el horizonte ofrecido y los falsos destinos que nos creamos. Cristo es el camino a seguir.

Ojos capaces de traslucir la limpieza de corazón para poder ver a Dios en el hermano y en la creación, o bien ojos que sólo saben de egoísmos y codicias.

La propuesta es volverse sal, sal que perdura, sal que dá sentido, para que nos dé gusto vivir esta vida, para que la saboreemos con los demás, para mayor gloria de Dios y bien de los hermanos)

Paz y Bien





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