Al atardecer





Para el día de hoy (04/09/13):  
Evangelio según San Lucas 4, 38-44


(Cuando caía la tarde, llevaba a la presencia de Jesús a todos aquellos que estaban afectados por diversas dolencias. El mero hecho de ser llevados implica que no podían valerse por sí mismos, y esa multitud acudía al Maestro encendida de confianza.
Pero también, escapando de los rigores intolerables que se imponía en el Shabbat, el que duraba de atardecer del viernes hasta el atardecer del mismo sábado. El momento de encuentro del pueblo con su Dios, de celebración y oración se había transformado en n cúmulo de prohibiciones que socavaban la existencia.

Es que cuando el sufrimiento arrecia y cuando imperan corazones mezquinos en compasión, hay que encontrar otros modos de encuentro con Jesús. No es la trasgresión por la trasgresión misma, que sólo es una torpeza teñida de provocación y a menudo de soberbia. Se trata de encontrar vías alternas para que a vida no se apague. Quizás no sea la ruta principal, pero seguramente ha de ser una pequeña vereda santa de socorro, y que -sin dudas- lleva al encuentro de Aquel que a nadie rechaza y a todos sana.

La sanación de Jesús es bondad liberadora que transforma la sumisión y postración en servicio. Así la suegra de Pedro se libera de esas fiebres que la demuelen y se yergue en diaconisa de esa Iglesia primera que es el hogar.

Sin embargo, los gestos de bondad de Jesús no quedan impunes a la mirada esquiva de los poderosos. Para la mentalidad imperante, las enfermedades son producto de pecados propios o de los padres y causa directa de impureza ritual y comunitaria, que excluye al doliente de toda participación; esa impureza esa tan excluyente, que quien tocara al enfermo, a su vez, adoptaba para sí mismo esa condición.
El Maestro no se preocupa mucho por ello: levanta con bondad a la suegra de Pedro del lecho, e impone sin dudarlo sus manos mansas en bendición a todos esos sufrientes que le llevan a su presencia, y así, Él mismo se vuelve un impuro múltiple. Es por ello que lo hemos de ver en numerosas ocasiones retirado en un lugar desierto, y no sólo por su ansia de oración: Él debía apartarse de los pueblos y ciudades por identificarse con los impuros y excluidos, asumía sin vacilaciones esa condena porque, ante todo, hay un hermano en problemas, un prójimo que desfallece, un corazón abandonado.

Ese mismo coraje tendrá también por consecuencia la cruz, y es imprescindible que cada día vuelva a interpelarnos nuestras valentías)

Paz y Bien

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