De júbilo y gratitud




Para el día de hoy (05/10/13):  
Evangelio según San Lucas 10, 17-24



(Los setenta y dos enviados a anunciar la Buena Noticia a los cuatro rumbos, regresaban donde el Maestro encendidos de asombro, y no exentos de cierta euforia. Todo lo que habían realizado en su Nombre y no hubo traba, obstáculo ni impedimento -por más fuerte o fiero que se apareciera- que pudiera detenerlos o impedir el cumplimiento de su misión.

Y Jesús de alegra con ellos también. La alegría se agiganta cuando se comparte.

Sin embargo, debe enderezarles un poco las ramas nuevas de esto que les está creciendo. Porque el éxito puede entrañar ciertos peligros, la minimización del mensaje, cierto pragmatismo estéril, la vindicación de una victoria que supone muchos derrotados. Esa mística de gloria mundana nada tiene que ver con los sueños de Jesús de Nazareth, con una realidad que late a cada instante.
Porque el motivo de júbilo no es el mal que retrocede, las cadenas que se rompen, esos milagros tan patentes; todo ello es valioso, pero es signo de otra realidad aún mayor, más trascendente y decisiva. 
Así el motivo veraz de todo júbilo, la causa primera de toda alegría en ellos/nosotros, es compartir en plenitud la vida misma de Dios.

En cada palabra dicha, en cada gesto de bondad, en cada acción de liberación y santidad se intuye que ese Dios Creador no está tan lejano como se lo suponía. Dios se ha encarnado en ese Cristo, hijo de María de Nazareth, Dios se ha hecho historia, humanidad, tiempo, uno de nosotros entre nosotros.
La eternidad se conjuga en el aquí y el ahora, a pesar de cualquier nubarrón que amenace, a fantástica contramano de cualquier dolor, derribando los muros de rutina y resignación.

Cuando eso ocurre, la existencia cobra otro significado decisivo, el sabernos queridos por Dios con afecto de Padre y de Madre también, aún cuando el espejo nos devuelva una tosca imagen de miserias y mezquindades. 
Todos -sin excepción- estamos cobijados y guardados en las honduras mismas del corazón de Dios.

Ese Cristo jubiloso se estremece porque, como nadie, descubre la mano bondadosa de Abba Dios en todas partes. 
Y más aún: contrasigno de un mundo torpe, la gloria de Dios se manifiesta en los pequeños, en los excluidos, en los pobres, en los que nadie tiene en cuenta, nó en los satisfechos de sí mismos, no en los acomodados, nó en los que se encierran en pétreas estructuras religiosas que a tantos rechazan.

Ese júbilo, esa alegría tan abundante como el pan que se comparte y no se acaba, es motivo de agradecimiento, de gratitud que se renueva frutal.

Entre tanta lectura nimia de ideologías y electoralismos, quizás nos falte reconocernos deudores perpetuos de esa bondad que nos llueve. Esa deuda ya está definitivamente saldada a precio de vida por el sacrificio inmenso del Maestro en la cruz.
Y así, volvernos militantes mansos de la gratitud que se expresa con generosidad y desinterés, sin ganas de figurar, sólo movidos por el bien del prójimo, devotos perpetuos de la compasión y la solidaridad que se expresa siempre en los demás, tan hijas e hijos de Dios como cada uno de nosotros)

Paz y Bien


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