Más allá de toda tumba



Para el día de hoy (10/11/13):  
Evangelio según San Lucas 20, 27-38



(Los hombres que en el Evangelio para el día de hoy interpelan a Jesús pertenecen a la secta saducea; esta secta se desarrollaba únicamente en Jerusalem, y difícilmente encontraríamos a alguno de sus miembros en pueblos o aldeas pequeñas. 

Ellos solamente aceptaban como sagrados a los libros de la Torah, es decir, los libros que componen el Pentateuco. Por sobradas razones, rechazaban con fervor los libros proféticos, por la fuerza de las denuncias contra los ricos y el olvido de los pobres. Ellos se aferraban a una extrema religiosidad de la prosperidad quizás producto de una lectura literal de los libros de Moisés. Así concluían que la riqueza y la abundancia era consecuencia de la bendición divina -es decir, de los buenos- y por consiguiente, la pobreza y la necesidad como maldición y castigo.
Todos ellos inmensamente ricos, obviamente tenían puestas todas sus expectativas en el más acá, en este mundo, aferrándose a ese círculo escaso de la prosperidad que inferían les había sido dada por voluntad de Dios. Por ello es también razonable que hayan establecido toda una estructura reflexiva y de fé que prolongara y ampliara sus privilegios e influencias, a cualquier costo, y también, que no creyeran en la resurrección. Con lo que tenían aquí estaban más que satisfechos.

La requisitoria que le hacen al Maestro -no exenta de malicia- se fundamenta en esa literalidad con la que abordan las escrituras, y seguramente formaba una parte muy importante de su casuística.

Pero en la ilógica del Reino inaugurado por Jesús de Nazareth, no hay respuesta posible. La misma pregunta es errónea, y no hay ninguna referencia al prójimo. Sólo la ambición de perpetuar intereses egoístas, sólo la constante negación de la esperanza.

En cierto modo, la patente saducea se reivindica en nuestros tiempos, y hoy quizás propugna una pertinaz resignación frente a cielos ausentes para tantos. Los por algo será justifican cualquier aberración, y soliviantan la opresión y la miseria.

Pero a pesar de tanta tumba que muchos aceptan y otros tantos dispensan, cielos nuevos y tierra nueva se nos asoman a cada instante.
En el misterio de la Encarnación de Dios en el Cristo Señor y hermano nuestro, se establece como urdimbre sagrada la eternidad junto con este tiempo. En virtud amorosa de ser hijas e hijos, poseemos la certeza que por esa bondad infinita, y a pesar de dolores y partidas, nunca moriremos)

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba