Sagrada Familia, lazos que perduran



La Sagrada Familia de Jesús, María y José

Para el día de hoy (29/12/13):  
Evangelio según San Mateo 2, 13-15.19-23



(Es claro que ciertas pautas culturales y profundas necesidades psicológicas nos hacen contemplar a la Navidad de manera ligera, bucólica tranquilidad rodeada de simpáticos animalitos, un coro angélico fervoroso, niños pastores, todo un agradable ambiente de festejo.
Ello no es reprochable, y es dable inferir que en gran parte se debe a nuestra necesidad de paz interior, de calma celebratoria, de un ambiente cálido como el del pesebre navideño en donde nos podamos rehacer de todos nuestros quebrantos y extravíos, tan dispersos y distraídos que solemos estar por todas las agresiones mundanas.
Pero la Buena Noticia sigue siendo magníficamente prófuga de todos los moldes que de manera consciente o involuntaria pretendamos imponerle.

Desde un punto de vista mucho más real y por ende veraz, la Navidad estuvo teñida de espantosas riesgos de muerte al bebé, del peligro forjado en las entrañas mismas del poder que se sentía amenazado por una criatura, voracidad sangrienta y pura praxis sin límites éticos. Como si no fuese suficiente parir en un aprisco nocturno porque nadie quiere recibirles -cruda cueva invernal de animales de campo, José, María y el Niño deben huir de manera clandestina como si fueran groseros delincuentes, sin que cuente el parto reciente ni la fragilidad explícita del recién nacido.

Podemos adivinar la ruta seguida en silencio, confines de Judea -tierra de Israel al sur-, y la recorrida que parece imposible por el Negev, en los rigores peligrosos de un desierto que no es fácil para los más baqueanos...mucho menos para una parturienta y un bebé que llora su hambre y su sed.

Egipto es la ruta lógica por la cercanía geográfica y porque desde varios siglos atrás ha sido refugio de varios perseguidos políticos en la historia de Israel de los últimos seis siglos. A pesar de ello, es la crudeza del exilio, de morirse por dentro en una cultura distinta, de ingresar a tierras extranjeras de modo subrepticio, al borde de cualquier ley -Sagrada Familia indocumentada-
Ser mirado de costado porque la tonada campesina se les nota, son judíos plenos del campo, cargar con el estigma de la extranjería, ya que a veces la memoria de los pueblos es longeva en lo luctuoso, y los antepasados de los migrantes habían sido allí sólo esclavos, rebeldes del Faraón. Tierra difícil, trabajar de cualquier cosa para que a ese Hijo y a la esposa que ama nada le falte, changas que a menudo son las tareas que desprecian los naturales del lugar, el sacrificio cotidiano de la supervivencia.

José no sólo es un hombre querible por su servicio silencioso, sombra bondadosa siempre en pié que protege a los suyos, que sostiene a través del amor los lazos que unen a su familia. José es también clave para el proyecto de Dios.
Es una paradoja asombrosamente demoledora: el Todopoderoso se pone en manos de un humilde carpintero judío. La Salvación dependerá de que José sea capaz de prestar atención a las voces más profundas, a los sueños más incómodos, a correr todo riesgo con tal de mantener con vida a su Hijo y a su esposa.
El Dios del Universo confía toda la historia a la humanidad en pura confianza. En las manos callosas del carpintero José se decide la suerte del Redentor.

Cualquiera de nosotros diríamos hoy que a la Sagrada Familia con gusto y sin dudarlo la alojaríamos en nuestra casa, en su partida precipitada de Belén. Sin embargo, distinto sería nuestro obrar y múltiples serían los argumentos a la hora de auxiliar a tantos que deben huir de su patria a causa de las persecuciones políticas, del hambre que acucia, del no futuro, profugados de la tierra natal sin papeles y de manera muy riesgosa.

Con todo y a pesar de todo, la enorme figura del carpintero nazareno nos despierta y nos interpela.
Maravilloso José del cuidado y la protección, José y todos los que son como él, árboles frondosos en donde la existencia se expande, servidores tenaces por los que la vida se encuentra a salvo, héroes humildes y silenciosos que no buscan honores sino sólo hacer lo que deben para luego retirarse, satisfechos de haber vivido una vida bien cumplida en ofrenda a los demás.

Celebrar a la Sagrada Familia es redescubrir que Dios sigue creyendo y confiando en nosotros mucho más que la fé y la confianza que en Él solemos depositar. Que una familia es imprescindible para sobrevivir, para crecer, que hay lazos muchos más profundos que la mera biología, y que son esos lazos los que perduran, los que nos mantienen vivos, con todo y a pesar de todo)

Paz y Bien

 

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