Pedagogía del cuidado



Para el día de hoy (21/01/14):  
Evangelio según San Marcos 2, 23-28


El sábado -Shabbat- era una institución muy importante para la fé de Israel, a tal punto que tenía, además de su fundamental influencia religiosa, su correlato social y comunitario. Se trataba de imitar a su Dios, que descansó el séptimo día, y ello no implicaba el valor negativo de la prohibición de realizar trabajo alguno, sino del descanso, del reencuentro familiar, del restablecer los vínculos desgastados, de la oración.
Es un día importantísimo pues se rehace la familia, el hogar, la relación con Dios.

Lamentablemente, y a través de una casuística literal que bordea lo absurdo con una severidad a menudo cruel, el día que era en gran medida sanación y bienestar devino en imposición gravosa, intolerable.

Así entonces sucedió un día con el Maestro y sus discípulos. Seguramente venían cansados y hambrientos luego de una de sus muchas travesías misioneras -a veces el cansancio no se trata sólo de distancias sino de intensidad- y atravesaban un sembradío de trigo: casi naturalmente, los discípulos tomaban algunas espigas, las frotaban entre sus manos y masticaban los granos sueltos, un engaño ligero al hambre que tenían.
Pero siempre están atentos los de alma severa, los que mantienen encendido el detector de infracciones sin importarle nada más, y surge la crítica cruel: los discípulos han infringido sin vacilaciones la sacralidad del Shabbat al arrancar las espigas, lo que era considerado como el ejercicio de una tarea -la cosecha- y por ende está prohibido, es anatema.

La acusación no es menor: si esos hombres -avalados por Jesús- quebrantan la solemnidad del sábado han dejado, voluntariamente, de ser judíos. Son apóstatas redundantes y por tales merecen ser expulsados de la comunidad, y debe impedírsele el acceso a la reunión en la sinagoga, y más aún, la entrada al Templo.

Pero Jesús de Nazareth también a ellos les enseña. El anuncio de la Buena Noticia no está limitado a los considerados propios, sino que es universal, pues se trata de cuestiones que a todos, sin excepción, nos implican, Es más que preceptos religiosos, y el Maestro no es un infractor estéril, es decir, un quebrantador de normas que lo hace porque sí, sin motivo, por el mero hecho de la provocación.
Su rebeldía es santa, pues los preceptos son buenos siempre que se orienten al bien mayor que es la vida misma, la vida plena, la humanización total, el restablecimiento de lo que se ha desgastado o fracturado y que impide cualquier alegría.
Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y viva con mayúsculas, que crezca bajo la mirada bondadosa de ese Dios que es Padre y Madre y respire felicidad. Y en estos tiempos tan crueles e inhumanos, quizás también debamos afirmar que la gloria de Dios es que el pobre viva.

Cristo así se constituye como Señor del sábado, Aquél que vive y se desvive por el bien de todas las hijas e hijos de Dios. Se trata de que toda norma debe orientarse al cuidado del otro, a su bienestar, a su crecimiento: todo aquello que se imponga -aún con las mejores razones e intenciones- y que se oponga a que la humanidad florezca al amparo del amor de Dios, es ajeno a sus sueños...y no está nada mal su rechazo.

Paz y Bien

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