Tekton, el hijo de María



Para el día de hoy (05/02/14):  
Evangelio según San Marcos 6, 1-6




Los acontecimientos que el Evangelista Marcos nos narra el día de hoy suceden inmediatamente después del ministerio de Jesús de Nazareth por la Decápolis -el hombre endemoniado que vivía en un cementerio-, tras traer nuevamente a la vida a la pequeña hija de Jairo, tras la sanación de la hemorroísa. Es decir, las huellas de su bondad quedaron tanto en tierras judías como en tierras paganas.

Él, entonces, decide regresar a su querencia, a su pueblo natal Nazareth. Lo precede una fama de hacedor de cosas asombrosas, y como si no bastara, lo acompaña un grupo de discípulos: ese hombre regresa a su pueblo como un rabbí.

Alrededor de la sinagoga, las pequeñas comunidades judías extra jerosolimitanas centraban su vida: la sinagoga cumplía varios roles importantísimos como lugar de reunión comunitaria, como sitio de culto y oración, y como centro de enseñanza. En aquellos días era infrecuente encontrar varones que hubieran accedido a la lectoescritura, por lo que en el Shabbat tenían la posibilidad de aprender la Palabra de Dios y escuchar los comentarios que de ella se hacían.
En ese ámbito, Jesús solía aprovechar la ocasión para enseñar la Buena Noticia del Reino. Y la querencia nos atrae a todos por igual, y sinceramente, Jesús debía de estar ansioso por llevar esos anuncios nuevos a sus paisanos, aquellos que conocía y que a su vez creían conocerle.

Los vecinos se asombran de lo que dice y cómo lo dice. Están atónitos, y se desata el conflicto: al que ellos suponían conocido -al fin y al cabo, lo vieron crecer y conocían bien a sus parientes, como suele suceder en las aldeas pequeñas- se yergue con la autoridad de un maestro sin haber pasado jamás por escuela rabínica alguna, es apenas un tekton -un artesano manual-, es el hijo de María.

Sin lugar a dudas tuvo mucha influencia negativa la campaña desatada por los escribas, aquella que lo mentaba como maldito, como agente del demonio, como que todas las cosas que hacía las realizaba por el poder de Belcebú. Pero también, esas gentes ya lo tenían preencasillado: un artesano campesino jamás -de ninguna manera- será capaz de hablar de ese modo, y se plantea lo que en la lógica clásica se denomina una falacia, es decir, un argumento que induce a error. Porque aquí no hay cuestionamientos a lo que dice, sino más bien está en entredicho quien lo dice. El centro de la discusión es sobre la autoridad, sobre si Jesús puede o nó hablar de esa forma, hablar de Dios así, con tanta libertad y certeza.

Por ello mismo se escandalizan, porque es más fácil el espanto en esas almas circunspectas que la capacidad de descubrir el universo nuevo de la Gracia. Y como al pasar, aducen que además de tekton es el hijo de María.
Para la cultura judía del siglo I, la identidad proviene, indefectiblemente, del padre. Por ello la costumbre es nombrar a los varones por su nombre de pila y su patronímico, es decir, fulano de tal hijo de tal hombre. Al llamarlo hijo de María, deslizan un insidioso insulto: puede ser que de manera velada lo llamen bastardo, o también que remitan al embarazo extraño y sospechoso de su madre. 
Pero ese insulto en verdad lo honra, porque es hijo de la más fiel, de la tierra sin mal, de la plenamente feliz por todas las generaciones.

Allí se produce la ruptura definitiva, y Jesús no volverá a enseñar en las sinagogas, porque se ha producido una excomunión desde los corazones que formalizarán los escribas. 
En esa patria que amaba -porque la patria, todas las patrias, comienzan en la familia, en el barrio, en la aldea, en lo cercano y conocido- no podrá realizar signos o milagros, porque la fé ha retrocedido. Porque los milagros son urdimbre eterna en el tiempo santo de Dios y el hombre.

Nosotros también solemos ubicarnos del lado de sus paisanos, y no podemos negarlo. Como ellos, podemos ser muy religiosos, firmes en el culto y en los rigores doctrinales y en el cumplimiento de los preceptos. Aún así, con todo eso, carecemos de fé y nuestros corazones tienen una mirada escasa y esquiva que reniega de la trascendencia que se nos suele aparecer a cada instante, a menudo fuera de ese ámbito que asumimos como sagrado.
Más lo sagrado palpita en cada existencia, y se nos presenta humilde, sencillo y modesto, sin estridencias ni imposiciones, a fuerza de bondad ofrecida.

Como Jesús de Nazareth, nuestro Dios artesano, el hijo de María para nuestra Salvación.

Paz y Bien


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