Padre Nuestro: oración del Señor, oración del discípulo




Para el día de hoy (11/03/14):  
Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Ante todo, la eficacia de la oración. Jesús de Nazareth nos pone en guardia contra esa extendida costumbre de la repetición de fórmulas predeterminadas en tono de plegaria, que suponen que así se obtienen los favores divinos. Es un mecanicismo falaz, y una espiritualidad basada en la retribución mágica, en la que una pretensa elocuencia logra torcer a su favor los designios de Dios por la acumulación piadosa.

Con una figura plena de simbología, el profeta Isaías lo anticipa con gran belleza: la Palabra de Dios es lluvia fresca que desciende del cielo y no regresa sin antes haber regado y fecundado la tierra. Así entonces el Maestro entiende que la oración es respuesta, es devolución al susurro bondadoso de un Dios que ama y que no se impone a los gritos, que hace fecundar la vida en los corazones que permiten que la semilla germine. 
La primera Palabra, las primacías siempre son de Dios. Por ello la oración cristiana es siempre respuesta a ese llamado primordial de un Dios que Jesús reconoce tan cercano que lo llama Padre, y más aún, Abbá, Papá, Dios de nuestras cercanías, Dios desde los afectos.

Cuando la Palabra se nos hace carne, vida fecunda como María de Nazareth, allí el Evangelio se respira a diario como aire renovado.
Y así, en una asombrosa añoranza, suplicamos a ese Dios que es Padre y es Madre, que es el Totalmente Otro pero que sin embargo habita entre nosotros, que venga su Reino, que la tierra se santifique con su Nombre vivido. Porque no hay que relegar al más allá lo que comienza aquí y ahora en el más acá.
Queremos que se haga su voluntad, y que se manifieste su gloria, y con San Ireneo, esa gloria es que el hombre viva, y viva en plenitud.

Por eso la causa de Dios es también la causa de los hermanos, en los que nos reconocemos y espejamos pues tenemos un mismo origen cordial, un destino infinitamente bondadoso de hijas e hijos por los que ansiamos justicia, paz y pan, pan del sustento y pan de la Palabra.
Entre tantas rupturas y sobreabundancia de violencias, reafirmamos la locura de la fraternidad desde el milagro del perdón recíproco, pues es la misericordia la que sostiene al universo.
Y a pesar de nuestros quebrantos, nuestras infidelidades y limitaciones, suplicamos no abandonarnos a la tentación del yo, del egoísmo, de un mundo escaso y limitado a unos pocos.
Dios de nuestra Pascua y nuestra liberación, no permitirá desde nuestra confianza que el mal campee, porque la Gracia desborda toda mesura.

La oración del Señor, replicada a lo largo de tantos siglos, es también la oración de los discípulos que han encontrado en Cristo al Salvador, al amigo, al hermano.

Paz y Bien


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