Pentecostés, irrupción de Dios




Domingo de Pentecostés

Para el día de hoy (08/06/14) 

Evangelio según San Juan 20, 19-23



Ellos estaban encerrados por temor a los judíos, y esta expresión debe entenderse por el miedo patente a los dirigentes religiosos. La transición es evidente: si esos jefes de Israel se llevaron por delante sin hesitar a la vida del Maestro, qué no podría suceder con ellos, como amigos suyos abiertamente conocidos por todos. 

El miedo ata y paraliza, corroe fidelidades. En cierto modo, ellos están terminados; son un grupo menor sin su líder, sin su cabeza, al que sólo le resta disolverse en el olvido, y es símbolo de esa Iglesia que a menudo se encierra en sí misma -torpe e infiel- por temor a contaminarse, a perder exclusividad e identidad, a no dejarse conducir a todos los desiertos, que no se atreve a hacerse profecía audible y visible.

Pero con todo y a pesar de todo es la comunidad cristiana que, aún escondida, se reune alrededor del pan compartido y la Palabra, y esto es decisivo. Cuando hay común unión de los hermanos, hay presencia segura del Resucitado allí, en medio de ellos. La certeza son los estigmas que han dejado su marca pasionaria, en las manos y el costado, horrorosas heridas que son señales del amor mayor.

No hay encierro posible ni resignación que perdure. Dios siempre irrumpe en la historia de la humanidad, porque de Dios son las primacías, todas las iniciativas en salir al rescate de sus hijas e hijos.

Es el momento teológico, el ámbito espiritual representado en el primer día de la semana, para memorial perpetuo de la vida re-creada, de ese Dios que siempre está haciendo nuevas todas las cosas.

Esas gentes, ateridas de miedo, ahora se despiertan de su letargo mortal. Porque se puede estar bien muerto aún cuando se ande como cualquier persona. 
Ellos reciben el Espíritu del Resucitado y todo se renueva, ya no hay lugar para los no se puede ni para los jamás. Pero es tiempo también inesperado, y esas esperanzas renovadas se convierten en misión definitiva, misión de perdón y de paz.

La comunidad eclesial se define a partir de este momento con un rostro alegre que no se difuminará con la rutina o el devenir de los espantos mundanos. Y su misión implicará pecados perdonados y pecados retenidos, y es el símbolo perfecto de la co-responsabilidad del creyente en la creación de Dios.
De la mano del Espíritu, conducidos con brújula cordial por bravos mares y solitarios desiertos, los cristianos como otro Cristo cada uno de ellos no puede quedarse en lamentos, sino ir y seguir en los andares de Salvación de Aquél que nos salvó y amó primero.

Vaya aquí un humilde deseo compartido de que el Espíritu del Resucitado continúe irrumpiendo siempre, cada día, cada instante, en nuestras existencias para que la vida se haga plena y se expanda a todos los confines de la creación.

Paz y Bien

2 comentarios:

pensamiento dijo...

El Espíritu Santo es la fuerza a través de la cual Cristo nos hace experimentar su cercanía, feliz día.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Aunque tarde -mil disculpas- muy feliz día también

Paz y Bien

Ricardo

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