De vid y poda



Para el día de hoy (23/07/14) 

Evangelio según San Juan 15, 1-8



La vid es una constante en los cultivos de una cultura que por siglos fué campesina y rural, y de ese modo no es aventurado afirmar que de esa cultura/cultivo, sabios y profetas la hayan utilizado como alegoría o metáfora para hablar y enseñar las cosas de Dios. Jesús de Nazareth tampoco es ajeno a esta tradición, fiel hijo de su pueblo.

Detrás de esa metodología, en una enseñanza de siglos subyace la imagen de Israel como viña del Señor, una viña o vid que a menudo, por sus quebrantos y traiciones, se ha vuelto estéril, infecunda, corrompida.
Pero la irrupción en la historia de Cristo transforma de raíz esa imagen, y es un cambio tan crucial que debe ser meditado en su enorme trascendencia: la vid ya no es Israel, sino que la vid es el mismo Cristo quien asume en su existencia, en su vida, toda la tradición de su pueblo resignificándola, recreándola, plenificándola.

La tradición veterotestamentaria acota la vid a un pueblo elegido. En el tiempo de la Gracia, con la música de la Buena Noticia, Cristo es la vid verdadera y los sarmientos serán todos aquellos que unidos a Él den frutos santos, un pueblo nuevo nacido en la Cruz por el crisol del amor, la humanidad entera.

Pero volviendo a la imagen inicial, la vid necesariamente requiere de poda, quitar lo que no dá frutos, lo que está muerto, lo estéril. La poda no es negativa o violenta aunque resulte a veces dolorosa: sin embargo, vale por su sentido teleológico, que no es otro que el brindar buenos y nuevos frutos.

Frutos de justicia, frutos de paz, frutos de compasión, frutos de misericordia, vino nuevo del Reino.

Indudablemente, en lo personal y en lo social nos anda faltando una buena poda, y antes de tomar herramientas cruentas hemos de rogar al Viñador que nos vaya purificando, plenificando, fructificando en santidad.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

El único criterio auténtico de nuestra intimidad con Cristo es el deseo siempre mayor que tenemos de buscarlo. Cuanto más aumenta en nosotros el deseo de Dios, más nos enraizamos en él.

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