Ante los rechazos del mundo




Para el día de hoy (03/10/14) 

Evangelio según San Lucas 10, 13-16





Jesús de Nazareth y sus discípulos supieron pasar por momentos difíciles, complicados y hasta críticos en su caminar misionero. Así fueron tratados con inusitada dureza por los paisanos nazarenos del Maestro, así fueron rechazados en un poblado samaritano, así se enfrentarían a los espantosos días de la Pasión en Jerusalem.
Desde esos tres ejemplos y a partir de otros tantos similares, la tentación de sumergirse en las aguas turbias del éxito y del fracaso los llama con intensidad.

No está nada mal, claro que nó, utilizar esos criterios para la mensura de ciertas actividades específicamente mundanas. Pero su aplicación a la misión, al anuncio de la Buena Noticia, supone un error grosero que vá mucho más allá de un criterio de análisis erróneo, pues ante todo, somos mensajeros de un mensaje que no nos pertenece, que tiene fuerza y vida propias, infinitamente mayores que nuestros limitados esfuerzos.
Y por otra parte, está también la responsabilidad del que escucha y mira, acepta o rechaza, derechos y deberes que a todos, sin excepción, nos incumben.

Ante los rechazos del mundo, es posible reaccionar como los hijos de Zebedeo y de manera tácita o abiertamente, desear la destrucción flagrante de aquellos que rechazan las cosas de Dios, el castigo de los que no quieren escuchar y rechazan cualquier evidencia. O también, en otra polaridad aparente, autoevaluarse para ver qué es lo que hemos hecho mal o en qué cosas nos hemos equivocado.

Pero ante los rechazos del mundo, una es la exigencia: seguir, seguir andando sin detenerse. Y confiar. La misión es una cuestión de fé, un misterio insondable de bondad que no puede acotarse en módulos o esquemas mundanos.

Porque hay una cuestión asombrosa y hasta escandalosa en la confianza sin límites que se ha puesto en nosotros, y es esa confianza la que no permitirá que los tropiezos detengan nuestros pasos: Cristo se identifica plenamente con todos y cada uno de los misioneros que envía, y es la misión color y carácter primordial de toda vocación cristiana.

Siempre hay que seguir, jamás resignarse ni bajar los brazos.

Paz y Bien

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