Bienaventurada




San Juan XXIII, papa. Memorial

Para el día de hoy (11/10/14) 

Evangelio según San Lucas 11, 27-28



Quizás esa mujer que eleva su elogio en medio de la multitud fuera una paisana nazarena. O tal vez una vecina de Cafarnaúm, en donde el Maestro habitualmente enseñaba, o de Caná de Galilea, en donde su madre era conocida. Ciertas historias difusas -apócrifas- hasta le adjudican origen preciso y un hijo llamado Dimas, con tendencia zelota.

Más allá de todo ello, vayamos por la vereda sencilla, que por ello mismo no deja de ser profunda: se trata de una mujer, probablemente una madre, la que en realidad se dirige a otra mujer como ella a través del Hijo, un Hijo que suscita en ella asombro y admiración. Es una dicha compartida entre mujeres, entre madres, ellas y sólo ellas son capaces de comprenderle en las honduras de su significado, en sus entrañas, en su afecto y su sangre.
No podemos sino sumarnos a ese gozo incontenible, bendito sea el Hijo de María, y benditos sean también todos nuestros hijos, que amamos más que nuestras propias vidas.

Pero el Señor vá más allá porque es el tiempo de la Gracia, y hay más, siempre hay más.
Sin lugar a dudas María de Nazareth es bendita por haberlo llevado en su seno, por haberlo criado y cuidado, por lucir con genuino y humilde orgullo su condición de madre.
Pero María de Nazareth es mucho más, es Bienaventurada, es plena, es feliz para siempre porque ha escuchado con atención la Palabra de Dios y la ha conservado en la tierra sin mal de su corazón nobilísimo y puro.

María de Nazareth es Bienaventurada por Madre y por discípula, una creyente con una fé pródigamente frutal, una fé que se expresa en lo concreto, en lo cotidiano, que no se queda en la declamación o en abstracciones a las que uno se adhiere, sino que es el Espíritu Santo que la transforma, clave de todo destino, vino de todas las alegrías.

Y junto con María de Nazareth, justo y necesrio es recordar con afecto entrañable a un hombre de frutos santos, Angelo Giuseppe Roncalli, San Juan XXIII, que supo descubrir el paso salvador de Dios en su corazón y en su ministerio, y que nos ha legado el rostro joven y de mesa grande de la Iglesia del Concilio Vaticano II. Bienaventurado entonces también Juan, el Papa Bueno, tan de Dios y tan de su pueblo, todos nosotros.

Paz y Bien

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