Reglamentos



Para el día de hoy (26/10/14) 

Evangelio según San Mateo 22, 34-40




Con el fin de situarnos en una perspectiva correcta, debemos ir primero por lo evidente, y ello queda explícito en el primer versículo del Evangelio para el día de hoy: en un clima de hostilidad creciente, se movilizan los fariseos en tren de interrogar a Jesús de Nazareth, toda vez que sabían que el rabbí galileo, a fuerza de verdad, había hecho callar a los saduceos, quien ese año detentaban el poder del sumo sacerdote del Templo de Jerusalem a través de Caifás.
A pesar del tenor de la pregunta, la intencionalidad primera es la de ponerle a prueba, es decir, interrogarle para encontrarle errores tan graves que impliquen una condena contundente por parte de la ortodoxia imperante, hacerlo callar por argumentaciones torpes o procurar una condena a muerte por blasfemia.
Ahora bien, el fariseo que se acerca a Jesús se dirige a Él mentándolo como maestro, y puede inferirse que hay cierto desprecio velado, cierta entonación burlona producto de una ironía escondida. Puede ser, es claro que sí, pero no perdamos de vista otra cuestión: no es lo mismo interrogar sobre temas cruciales como los mandamientos a un campesino galileo, al que se presupone mal formado y cuya heterodoxia o inexactitud puede ser mirada conjurada con eficacia sin mucho trámite ni importancia, que establecer un debate teológico con alguien de una autoridad reconocida, equiparable a la de ellos mismos. Así entonces, y quizás sin proponérselo, ellos consideran y ubican a Jesús de Nazareth en su rol profético y magistral.

El tema no es menor ni es banal. Los fariseos eran hombres profundamente religiosos -a su manera, claro está- y severos exégetas de las Escrituras. Ellos habían determinado, con el correr de los años, que en la Torah podrían catalogarse 613 mandamientos, 248 de carácter afirmativo y 365 de carácter negativo o prohibitivo, 248 por cada uno de los huesos del cuerpo humano y 365 por cada uno de los días del año, simbolizando la soberanía de Dios en la totalidad de la existencia humana. Ahora bien, aún a esos hombres expertos se les hacía muy complicado cumplir con esas 613 prescripciones y, a su vez -en su rol dirigencial- hacerlas cumplir al pueblo. De allí, la necesidad de establecer, de entre todos esos preceptos, cuales eran los mayores, los más importantes, los de cumplimiento insoslayable.
La discusión era espúrea. Ellos anteponían preceptos y normas a todo y más aún, olvidaban a Aquél que inspiraba a la Escritura. Ellos querían discutir acerca de reglamentos, pero el amor de Dios es infinito, inmenso, no puede acotarse ni codificarse, y cuando comenzamos a internarnos por esas veredas de obligaciones legalistas sin corazón, comienzan los problemas, y sobreabunda la desolación, la sed de Dios de un pueblo hambriento de trascendencia.

Jesús de Nazareth lo sabe, pero aún así no elude la respuesta, y es menester destacar la valentía en su respuesta. Está en esa Jerusalem para Él tan peligrosa, con la sombra ominosa y creciente de la cruz, y les habla directamente a aquellos que quieren suprimirlo, negarlo, acallarlo.

El Maestro reorienta entendimientos y corazones hacia donde en verdad está el horizonte de todo destino, Dios mismo. Y unificar allí -en ese lugar, frente a esos hombres- el amor a Dios y el amor al prójimo es de una osadía que a nosotros, veinte siglos después, quizás se nos haga esquiva.

El amor es el fundamento de todo. El Señor no hablaba con abstracciones ni de manera simplista. Habla del amor y de qué tipo de amor. Amar a Dios con la totalidad de esto que somos, con toda la existencia, es reencontrar las huellas perdidas, volver a casa, recuperar un horizonte de liberación y plenitud. Amar a Dios es trascender, amar a Dios es hablar el mismo idioma del Creador, porque el amor es la única revolución veraz, duela lo que duela y moleste lo que moleste el término.
Y la Encarnación es un Dios descendido, eternidad que se entreteje en el tiempo, Dios que se hace historia, que se hace vecino, Dios con nosotros, por nosotros y en nosotros. Como brazos inseparables de la cruz, un madero hacia las alturas y el otro como un abrazo amplio y sin límites hacia los lados al prójimo, al otro que es mi hermano pues tenemos el mismo Padre.

No sobreviviremos con reglamentos. La Salvación entre nosotros -don y misterio- es la humilde declaración de que vivimos y per-vivimos para siempre porque amamos, y amamos porque Dios nos amó primero.

Paz y Bien 

1 comentarios:

pensamiento dijo...

El amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios , gracias.

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