El ciego de Jericó




Santos Roque González de Santa Cruz SJ, Alfonso Rodríguez SJ y Juan del Castillo SJ, presbíteros y mártires. Memorial

Para el día de hoy (17/11/14) 

Evangelio según Lucas 18, 35-43




En ruta hacia Jerusalem, Jericó se encuentra a sólo treinta kilómetros, menos de una jornada de marcha. Poblado antiguo de historia frondosa, geográficamente se ubica como umbral de la Ciudad Santa, y simbólicamente es el suburbio de la Pasión de Cristo, la antesala de los horrores y los odios que no pueden apagar el amor mayor de la cruz.

Pero nos guiamos por la fé, y esa fé nos dice que la Pasión en Jerusalem no es el final sangriento de un peregrinar de tres años, sino que es un comienzo de un tiempo definitivo. Es por ello que desde esta perspectiva, hemos de prestar especial atención a lo que suceda en Jericó como hito decisivo.

Jesús de Nazareth se acerca a esa ciudad acompañado de sus discípulos y rodeado seguramente de un nutrido grupo de gente. La situación es compleja para los discípulos, pues reniegan de abandonar sus viejos esquemas, las viejas ideas nacionalistas mezquinas o las caricaturas mesiánicas que propugnan; pero también se embriagan de la influencia creciente que su Maestro tiene con el pueblo, y quizás ya se imaginen portentosos gobernantes delegados, aunque en sus mentes el miedo no está ausente. En numerosas ocasiones han escuchado las virulentas condenas y las patentes amenazas de los poderosos de siempre, y temen por Jesús y por ellos mismos.

A la vera del camino se encuentra, sumido en las sombras, un hombre ciego que suplica limosnas, cadencia de dolor continuo de un mundo que las retinas muertas de sus ojos le van angostando día a día el corazón. En el siglo I, las cegueras adquiridas en Palestina son frecuentes, a causa de las tormentas de arena y polvo del desierto, de las salinas de la zona y del sol fuerte que pega duramente contra rocas blanquecinas, lesionando las córneas de muchos. Así la ceguera implica caer en la miseria absoluta, dependiendo de la buena voluntad de los marchantes que puedan acercarles, solidarios, algunas pequeñas monedas para apenas sobrevivir.
A veces no se tiene la real dimensión de una limosna que se brinda desde la compasión; puede aparentar ser una monedita ínfima, pero tiene una eficacia asombrosa, y lo que produce abre las aguas de todas las rutinas que agobian. Así con este hombre, al que por compasión -y quizás sin darse cuenta- le brindan lo más valioso, la llegada del Señor, el Cristo que pasa por su existencia.
A veces también, ocupados en faraónicas planificaciones, nos solemos olvidar del valiosísimo primer paso de la Evangelización, que es una palabra de esperanza, una escucha atenta, una mirada transparente, el aviso claro de que Alguien se preocupa y ocupa de todos.

Ese hombre no ha cedido a la resignación. No baja los brazos a pesar de que la ceguera parece permanente, a pesar de que todos los demás acepten que su vida apenas discurra a la vera del camino, sumido en la miseria de las carencias y en la miseria de los corazones que justifican su descarte.
Esos gritos que enarbolan expresan rebeldía a la inhumanidad establecida y aceptada, pero más aún expresan confianza en una persona, Jesús de Nazareth. Y los gritos crecen en la misma proporción en que intentan morigerarse, y ser silenciados.
Triste imagen tan habitual, la de acallar los clamores de los que sufren y los gritos de los olvidados, un dios mezquino para unos pocos elegidos desentendido de todo dolor.

Pero este Cristo jamás pasa de largo. Es un servidor que vá hacia la raíz misma del problema, que sólo quiere prestar su auxilio. Y ese hombre confía en Él,, pilar fundamental junto al amor de Dios para que acontezcan milagros.
En ese hombre se inaugura la mejor de las noticias pues no pide ser librado de su ceguera, sino que antes bien quiere recuperar la vista. Parece una cuestión semántica, pero es crucial. La bendición, la liberación que Cristo nos ofrece no es tanto exonerarnos de sino ser libres para. Por eso ese hombre será nuevamente capaz de recibir y percibir la luz, su corazón renacerá y se convertirá en discípulo, paso salvador de Cristo por su existencia, la misma Pascua que hoy se nos ofrece para una vida santa, plena, eterna, feliz.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

Entre la miseria y la misericordia, está el grito de la oración, Señor no pases de largo, gracias.

Publicar un comentario

ir arriba