Moldes religiosos




Para el día de hoy (16/12/14)

Evangelio según San Mateo 21, 28-32



La lectura del Evangelio para el día de hoy nos interpela, nos desafía, nos provoca, y Dios quiera que siempre sea así, Palabra de Vida y Palabra Viva capaz de despertarnos de todos los letargos.

Es menester ubicarnos en lugar y situación: el Maestro se encuentra en Jerusalem y más precisamente en el Templo, espacio que debería ser sagrado y casa de oración pero que Él revela como cueva de bandidos y ladrones. A esos usurpadores tan afectos a la violencia y que con la brutalidad de la cruz intentarán acallar la Buena Noticia les sigue enseñando, y es señal cierta de que las cosas han de decirse como son, que las denuncias que se silencian son complicidades y que la injusticia tolerada -a pesar de los riesgos- es aceptada. 
Pero también es señal inefable de un Dios que no se rinde ni descansa jamás buscando a los perdidos, a los que están sumidos en marasmos de pecado, inclusive a aquellos a los que lógicamente se los supone insalvables. Siempre hay tiempo para la conversión y el regreso, siempre hay un Dios dispuesto con bondad al perdón. 

Y esos hombres, que eran muy versados en religión, muy piadosos y creían defender las cosas de Dios, aún llegando a una conclusión veraz en la parábola de los dos hijos, se niegan a permitir renovarse en espíritu y en verdad.

Tristemente, seguimos siendo tenaces en esas miserias.
Adherimos con fervor a los moldes religiosos, al cumplimiento de las formas sin corazón ni contenido, al legalismo cegador que impide ver a Dios y al hermano. Porque esos moldes son eficaces a la hora de discriminar entre propios y ajenos, entre los que pertenecen y los que están fuera, y es descripción exacta de aquellos que son exquisitos observantes de dogmas y preceptos pero a su vez, extremos negadores del prójimo.
Quien se cree habilitado a decidir quién es hermano, quién es hijo y quién nó anda por veredas que no son las de Jesús de Nazareth.

Por el contrario, en el tiempo definitivo de la Gracia, en el año sin final de la Misericordia, tienen primacía de acceso al amor de Dios los marginados, los que nadie quiere, los descartados de antemano, los despreciados de siempre. 

La fidelidad a esa bondad indescriptible será entonces convertirse, es decir, converger hacia Dios y hacia el hermano, en especial hacia el último, hacia el que nadie quiere ni nadie invitaría a su mesa.

Todos somos pecadores. Todos. 
Pero todos somos, sin mérito alguno pero por causa de amores inquebrantables, hijas e hijos de un Dios que es Padre y es Madre, que se hace vecino, que se hace pariente, que se hace hijo de todos para acunarlo en nuestros corazones.

Paz y Bien

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