Autoridad y alienación




Domingo Cuarto durante el año

Para el día de hoy (01/02/15) 

Evangelio según San Marcos 1, 21-28


Asombrarse de Cristo, asombrarse con Cristo, cada día, todos los días.

Las gentes aquella tarde no lo podían creer: ese joven rabbí galileo no tenía ninguna atadura ni se demoraba en auxiliar a los dolientes, en curar enfermos, aún cuando eso le traía graves problemas con las autoridades religiosas. 
Pero no era solamente eso, claro que nó: este hombre hablaba con una voz nueva que no era solamente distinta. Él hablaba con la autoridad propia de quien lo que dice lo vive hasta sus mismas entrañas. Él les hablaba de un Dios cercano, un Dios Abbá, un Dios que ama, rico en misericordia y en perdón, un Dios inclinado totalmente hacia el corazón humano, y con una decidida parcialidad afectuosa para con los pequeños, los sufrientes, los extraviados.

Era muy diferente la autoridad pretendida que esgrimían los letrados: ellos fluían a pura opinión a partir de lo que otros han comentado acerca de la Ley, y desde allí estructuran una casuística y un corpus legal que imponen y que doblega las almas, pues predican a un Dios lejano, vengador, cruelmente punitivo, un Dios al que se le arrancan favores mediante la acumulación de méritos religiosos y la práctica de normas piadosas. Y eso nada tenía que ver con el Dios generoso, el Dios de la Gracia de Jesús de Nazareth.

Jesús de Nazareth es Dios y Dios es Jesús de Nazareth, y de esa identidad que es amor absoluto surge su poder. Es el amor, no el poder que nos imaginamos, el poder de imponer, de oprimir, de la fuerza ejercida contra otros.
Desde ese poder y desde esa autoridad expulsa al espíritu maligno, el mal que atenaza la existencia de ese hombre. 
Es un hombre enajenado, alienado, que no es dueño de sí mismo, razón y corazón fragmentados y dispersos, una humanidad menoscabada.

La Buena Noticia es anuncio y es bondad que se propaga como rocío bienhechor. Ese exorcismo, esa sanación es signo del amor infinito de un Dios enamorado de su creación, un Dios que no descansa por el bien de sus hijas e hijos.

Entre nosotros, entre estas miríadas de gentes a la deriva hay muchos así. Quizás nosotros también lo padezcamos, ese mal que nos vá socavando, despersonalizándonos, quizás cosificándonos. No se trata solamente de psicopatologías, sino antes bien de corazones oprimidos y resignados, corazones sin esperanza y habitados por oscuridades crecientes.

Hay que hacer acallar esos espíritus malvados. Nadie puede arrogarse el derecho a hablar por los demás si ese derecho no es concedido. Quizás un primer paso de justicia sea devolver la voz propia a tantos hermanos nuestros que languidecen en silencio, más bien silenciados.
Es tarea del Evangelio. Es muy Buena Noticia.

Paz y Bien
 


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