De Moisés a Cristo




Para el día de hoy (27/02/15) 

Evangelio según San Mateo 5, 20-26




La Ley establecida por Moisés fué, en su circunstancia y ocasión histórica, un enorme ascenso ético, toda vez que a un puñado de tribus esclavas del Egipto faraónico le establece pautas básicas de convivencia, principio fundante como nación.

Peregrinando por el desierto y merced a esa Ley ofrecida por Dios a través de Moisés esas gentes se fueron acrisolando como pueblo. Sin embargo, fueron principios elementales que debían madurar, que no debían estratificarse mientras ese pueblo crecía.
Como sucede con todo legalismo, ese marco de normas buenas devino en cumplimientos formales sin un sentido trascendente y, peor aún, en valorar la norma por la norma misma. En cierto modo, se antepuso la norma -que es un medio- como fin en sí mismo.

La mansa irrupción de Dios en la historia, la Encarnación, significa un Dios que se hunde en las raíces mismas de la humanidad, que asume la debilidad y se hace vecino, amigo, pariente.
El ministerio de Cristo, su autoridad única, proclaman que ha comenzado un tiempo nuevo y definitivo, el tiempo de la Gracia y la misericordia, el tiempo de un Dios revelado como Padre, el tiempo de la Salvación.
Es una cuestión de amor, y desde ese amor paternal todos adquirimos la condición de hijas e hijos, vínculos férreamente espirituales, mucho más profundos que los dictados por la biología.

Así entonces Cristo es, como Moisés, legislador y por ello liberador de su pueblo. Más legisla con normas eternas, pues esa ley elemental cobra sentido pleno, adentrándose en las raíces del corazón humano, que es el ámbito en donde en verdad todo se decide, todo surge.
Las prohibiciones -no matar, no robar- dan paso a mandatos en los que el amor brinda significado y sentido eternos.

No somos seguidores de Moisés, ascendiendo trabajosamente al Sinaí de las tablas de piedra.
Somos hermanas y hermanos, discípulos de Cristo, peregrinos pecadores pero también peregrinos felices que suben al monte luminoso de las Bienaventuranzas.

Paz y Bien 


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