La exigencia mayor




Para el día de hoy (28/02/15) 

Evangelio según San Mateo 5, 43-48




Jesús de Nazareth ha revelado el rostro de Dios como Padre de todos. El Reino ya está aquí y ahora entre nosotros, humilde y silencioso, con una fuerza imparable. Y por ello el Maestro le plantea a los suyos la exigencia mayor, que no es de carácter prohibitivo.

Los parches o remiendos de tela nueva en vestidos viejos pues estos se rompen, como el vino nuevo en odres viejos.
Tiempo nuevo, corazones nuevos.

Esta exigencia no es poca cosa, y es el amor a los enemigos, a los perseguidores, a los que hacen daño.
En la mentalidad judía del siglo I, la Torah establecía el amor al prójimo, entendiéndose como prójimo al hermano judío, al forastero que vive en Israel y al prosélito, aquel individuo de origen gentil que adopta para sí la fé de Israel. Luego, claro está, todos aquellos que no entran en tales categorías son extranjeros. No se dice expresamente que se deba odiar al enemigo, pero la conclusión es obvia: para con el enemigo extranjero no hay vínculos ni obligaciones morales ni éticas, por lo cual no es reprochable odiar o buscar la muerte -aún cuando fuera en nombre de la justicia- de ese enemigo a veces enconado e implacable.

Pero el Maestro sabe bien que el amor que zanja las gentes entre propios y ajenos, entre nosotros y ellos es un amor desvaído, diluído, y por tanto deja de ser tal. Es sólo el fundamento interesado de un grupo cerrado.

La Encarnación de Dios implica que toda vida humana es sagrada, humanidad asumida por el Dios del universo, templo vivo y latiente de ese Dios cada mujer y cada hombre.
El sol de la mañana y la lluvia atardecida caen por igual sobre buenos y malos, todos hijos de un mismo Padre.

Los grupos cerrados, es decir, los amores acotados, no trascienden y se agotan en sí mismos, odres viejos, muy viejos aunque persistentes en nuestro tiempo, especialmente en las obscenas posturas de muchos tiranos y déspotas actuales en las que el opuesto o el disidente es alguien a suprimir y no alguien con quien convivir con todo y a pesar de todo, desde el milagro de la concordia, corazones compartidos.

El amor al prójimo, comenzando por el enemigo, es espejo santo de el corazón sagrado de Cristo, de la esencia misma de Dios, pura Gracia y misericordia.
Es una posición de debilidad, contraria a toda lógica mundana. Pero sabemos bien que desde la debilidad el Dios de Jesús y María de Nazareth transforma el mundo.

Nuestra exigencia sigue siendo la misma, y el esfuerzo de como desplegar ese cariz único cristiano en nuestra cotidianeidad. Reconociendo al otro, aceptando al otro tal cual es, con-viviendo.

Paz y Bien

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