La oración de los hermanos




Para el día de hoy (24/02/15) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Durante el surgimiento de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia primitiva solamente enseñaba la oración de Jesús de Nazareth a las mujeres y los hombres de fé madura y probada. Sólo rezaban el Padre Nuestro aquellos en los que la fé hubiera echado raíces firmes y brindado frutos buenos.
Lejos de cualquier arcano esotérico o iniciático, el Padre Nuestro era el distingo de la comunidad de los creyentes, de la comunidad misionera dispuesta al testimonio perenne, incluso si ello desembocaba en los horrores del martirio.

Descenso y ascenso.
Un Dios que se inclina hacia la humanidad, un Dios graciosamente miope que sólo puede distinguir hijas e hijos, un Dios que no se encierra en la lejanía, un Dios cercano, un Dios que se comunica, se hace Palabra, Verbo encarnado de nuestra salvación.
Y suben hacia su amorosa eternidad como ofrenda la respuesta de los hijos. Porque orar es adentrarse en el misterio infinito de Dios, a pura bondad suya, sin condiciones.

La causa de ese Dios es indisolublemente la causa de los hermanos, ambos brazos de la santa cruz.

El Maestro nos revela el misterio mayor, que Dios es tan cercano y dador de vida como un Padre, y más aún, como Abbá, Papá nuestro, por el que todos recibimos como rocío bendito el bautismo filial de ser sus hijos, y por ello hermanos entre nosotros, hermanos que suplicamos por un Reino que es puerto y destino de nuestro peregrinar, hambre feliz de nuestras almas, un Reino que acontece aquí y ahora y que es la plenitud para toda la creación. Porque la voluntad de Dios es la vida que prevalece, que no se acota al tiempo ni a la muerte, cielos abiertos iluminando estos arrabales a veces tan agostados.

Pan de la Vida es el cuerpo de Cristo ofrecido, pan del sustento en la mesa de los pobres es nuestra confianza en una justicia que es preciso edificar.

Perdón que descubrimos redentor, que libera prisiones autoimpuestas que nos alejan de Dios y del otro, perdón que cura, que sana, que salva, que vuelve a conciliar los corazones opuestos por todos los odios.

Y que la tentación del olvido se aleje de nosotros, la desmemoria de esa identidad única de las hijas y los hijos que quieren desertar de todo mal, para celebrar el ágape maravilloso de la vida compartida por Dios y en Dios.

Paz y Bien


1 comentarios:

pensamiento dijo...

Cristo nos mostró con su vida lo que es orar. Gracias.

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