De la serpiente en el desierto a la cruz




Domingo Cuarto de Cuaresma

Para el día de hoy (15/03/15) 

Evangelio según San Juan 3, 14-21




Para el pueblo judío, muchas imágenes y símbolos se guardaban en la memoria con celo, denuedo y especial afecto, toda vez que en ellas se afirmaba su historia y su identidad, aún cuando el origen de esas imágenes y esos símbolos tuvieran su origen a una distancia lejana de muchos siglos.
A nosotros, inmersos en el siglo XXI de la información, sobrecargados de datos y velocidad, a menudo nos sorprende, pues solemos ser esclavos de la inmediatez. Triste es el destino de los pueblos sin memoria, condenados a repetir calvarios y prisiones.

En ese estado de memoria, Israel sabía bien a qué se refería el Maestro al citar la historia de la serpiente de bronce levantada en el desierto, y más aún su interlocutor de esta ocasión, Nicodemo, formado en escuelas exegéticas importantes.
Ubiquémonos en tiempo y situación: luego de mucho tiempo de peregrinar en el desierto, las tribus liberadas de Egipto comienzan a quejarse y a murmurar acerca de las incomodidades y los penares del andar desértico. En cierto modo, preferían las cebollas de Faraón a la rigurosa libertad que tenían ahora, y tal vez tácitamente preferían regresar a un ingrato pasado de cadenas a seguir tolerando esos rigores. 
La ingratitud, tarde o temprano, provoca desolación en las almas, y a esas tribus andantes -miles de personas- les sobreviene una epidemia de terribles serpientes que mordían y mataban con su veneno a muchos de los hijos y las hijas de Israel, y de allí al clamor y a la súplica por misericordia y socorro a su Dios a través de Moisés hubo sólo un paso.
Así, Dios envía a Moisés -Nm 21, 4-9- a que eleve sobre el pueblo, sobre una madera/poste, una serpiente de bronce: todo aquél que fuera mordido por un ofidio venenoso, bastaba que mirara esa serpiente de bronce para que el veneno mortal no hiciera mella en él.

En base a esta historia que los suyos comprendían, Jesús establece una comparación entre Moisés y Su persona, pues Él es el nuevo Moisés que conduce a su pueblo a la salvación definitiva.

La diferencia se sitúa en la Gracia, en la eternidad y en la fé.

El Cristo que será levantado sobre un madero será señal de salvación para todos los pueblos. Para que no nos muerdan los arrebatos de las muertes temporales ni la de la definitiva.
El Cristo levantado no es capricho del Padre ni condición necesariamente brutal, sino señal inefable de amor que sólo se comprende desde la fé: de cualquier otro modo, es escándalo o es locura.

Se trata de vida plena, se trata de estar vivos aquí, ahora y en el después definitivo.
Ahora no hay una señal de factura humana, una serpiente de bronce que nos afirma la esperanza.
Ahora y para siempre, se trata de un encuentro personal con Aquél que con su sangre ofrecida proclama que la muerte no tiene la última palabra, faro de Salvación para todas las naciones.

Paz y Bien

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