Un solo hombre muere por el pueblo




Para el día de hoy (28/03/15) 

Evangelio según San Juan 11, 45-57



Jesús se encontraba en casa de Lázaro, Marta y María, en Betania. Había regresado a su amigo a la vida de una muerte segura, y ello multiplicó su fama y las gentes que creían en Él.
En esa hogar familiar de Betania el Maestro se encontraba a sus anchas, y quiera Dios sea símbolo para la Iglesia y para nuestros corazones, una casa en donde Cristo se sienta a gusto, en donde sin euforias pero con mansa y tenaz felicidad se celebra su paso redentor.

Pero a ello se contraponía un ambiente cada vez más denso y enrarecido. La sombra ominosa de la Pasión parece cernirse sobre todos los cielos que pugnaban por abrirse.

En Jerusalem se encuentra reunido el tribunal supremo de Israel, el Sanedrín. Sus miembros están más que preocupados con la influencia creciente del rabbí galileo, y oscilan entre el miedo y la rabia. 
Es menester ubicarse en el contexto de lo que sucedía por aquel entonces: Tierra Santa era una provincia sometida al dominio y la soberanía romanas. Y el celo imperial era rápido para aplastar cualquier movimiento que se supusiera un conato de rebeldía o subversión, combinado a veces con un encendido antisemitismo.
Así esos hombres temían la brutal reacción de los romanos, aunque en verdad quienes dominaban y sojuzgaban corazones y mentes del pueblo judío eran ellos.
La combinación entonces desataba las acciones de hombres enojados y asustados, una combinación siempre peligrosa para los demás. Fariseos, saduceos y herodianos se alían en contra del rabbí de Nazareth, aunque en lo habitual estuvieran enfrentados al punto de detestarse: los riesgos de perder el poder y abandonar privilegios anuda extrañas sociedades.

Lleva la voz cantante Caifás, sumo sacerdote. Temen que las legiones arrasen con su nación y les aniquilen el Templo, y por ello justifican la eliminación de Jesús.
Es terrible: no sólo para ellos vale más el Templo que una vida, sino que se arrogan el derecho de decidir quien debe vivir y quien debe morir, en una lógica del poder persistente hasta nuestros días, en aras de cierto bien mayor difuso, del estado, o de cualquier otra justificación.

Caifás, aún en su interés mezquino y mortal, profetiza por su condición sacerdotal, sin darse cuenta de la profundidad de lo que expresa. Suele suceder: a veces decimos cosas a la ligera que lastiman, a veces decimos -a pesar de nosotros mismos- cosas que son innegablemente de Dios.

Caifás expresa la verdad, y es que un solo hombre morirá por todo el pueblo.

Porque Cristo morirá por el pueblo, precio altísimo del rescate de tantos. Pero también ofrendará su vida en absoluta conciencia y libertad por esos hombres que lo condenan, que lo desprecian, que ansían su muerte.

En esa ofrenda, se torcerá de una vez y para siempre la historia. No hay nada más valioso que la vida, templo santo de Dios. No hay mayor amor que dar la vida por los demás.
Un Cristo pobre y humilde morirá como un reo marginal por el pueblo, por todos los pueblos, por buenos y malos, por vos, por mí, por todos nosotros para que no haya más crucificados.

Paz y Bien

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