La fé apostólica



Para el día de hoy (11/04/15):  

Evangelio según San Marcos 16, 9-15




Los Once, el colegio apostólico, eran hombres que habían incrementando el endurecimiento de sus corazones, su permeabilidad a lo sagrado. Los podía más el miedo, el fracaso, la tristeza, los viejos preconceptos, capa tras capa de incredulidad.

María Magdalena, primer testigo privilegiada de la Resurrección y apóstol de ese Cristo victorioso, fué ignorada. La oyeron pero no la escucharon, en parte por ser mujer, en parte por su incredulidad.

Los caminantes de Emaús compartieron Pan y Palabra y reconocieron en su corazón al Resucitado. Pero a ellos tampoco les creyeron.

Corresponde mencionar que esos hombres, si bien amaban a su Maestro, no lo consideraban su Dios, ni un Mesías como Él mismo se revelaba, ni aceptaban sus enseñanzas, ni mucho menos toleraban la imagen del Servidor sufriente, Cristo derrotado, que reniega poderes y gloria y redención forzosa de Israel.
Uno lo traicionaría, entregándolo a manos de sus enemigos. Otro, arrebatado y voluble, declama su lealtad pero al primer apuro lo niega con la rapidez del canto de un gallo matinal. Casi todos ellos, en los días oscuros del arresto, juicio y Pasión se esconden, demolidos de temor y fracasos.

Sin embargo, nuestra fé -la fé de la Iglesia- no es la fé de la Magdalena ni la de los discípulos de Emaús, aunque también vale para nosotros el reproche de que no sabemos ni queremos escuchar a los testigos veraces de Dios.
Nuestra fé es apostólica, es la fé de los apóstoles.

Son hombres doblegados por culpas duplicadas. La culpa del abandono del Maestro en las horas terribles, la culpa de la incredulidad en la Resurrección por el testimonio cierto de discípulos fieles.
Es una fé de culpables, pero mucho más que ello. Es la fé de aquellos que han sido perdonados por Dios en su infinita bondad y misericordia, que tienen por misión llevar hasta los confines del mundo y el universo la Buena Noticia de la Salvación, del amor de Dios.
Se trata de hombres liberados de los sayos de incredulidad que han aceptado colocarse, de hombres perdonados, de hombres que llevan consigo la mejor de las Noticias sabiendo en sus propias entrañas que no es una noticia que les pertenezca, pues se reconocen indignos de ella, pero que ahora reconocen el paso salvador de Dios por sus existencia y se convierten en servidores que reflejan esa luz.

Paz y Bien

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