Obreros de la compasión



Para el día de hoy (07/07/15):  

Evangelio según San Mateo 9, 32-38



Este joven y humilde rabbí galileo era muy extraño. No actuaba como solían actuar los maestros de Israel, revestidos de fama y erudición que, sentados en sus cátedras, admitían a sólo algunos alumnos de entre los muchos que llegaban a sus pies de toda la nación judía y de la Diáspora.
Este rabbí se larga a los caminos, libre de cualquier atadura, y sale en busca de sus discípulos y los encuentra allí mismo en donde sus existencias cotidianas transcurren. Él siempre se acerca, sencillo y sin imponerse, invitando a compartir caminos y pan antes que insuflar doctrinas extensas.

Se volcaba totalmente hacia los enfermos y excluidos. En aquel tiempo, por cierto tipo de razonamientos religiosos, enfermedades y sufrimientos debían considerarse voluntad divina -en gran medida, el justo castigo por los pecados-, frente a los cuales sólo es posible resignarse y abstraerse de la vida comunitaria, como un paria cultual. Terrible dios ése que dispensa castigos y pesares a diestra y siniestra.
Pero el Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que ama sin medidas a sus hijas e hijos, y el Maestro en todo su ministerio expresa de manera rotunda ese amor entrañable sanando a los enfermos, liberando almas agobiadas, levantando a los caídos, abrazando a los olvidados y rechazados. 
Nunca, jamás se había visto nada igual.

Estarán los juiciosos profesionales de la religión, que encorsetados sus corazones por férreas doctrinas en las que Dios está ausente, que elevarán murmullos a veces y en otra ocasiones críticas voraces al bien que se hace. Porque suponen que deben pedirles autorización a ellos, como si para hacer el bien hubiera que pedir permiso.

Aún así, la pasión misionera del Señor es también una invitación a participar en la obra de Dios, que es la compasión, fruto primero de la misericordia. Mucha es la tarea a realizar pues en cada corazón, por oscuro que aparezca el panorama, frutos buenos y santos pueden cultivarse. Y hay que evitar que nada ni nadie se pierda, y para ello hacen falta muchas manos y corazones empeñados en la tarea.
Obreros tenaces y silenciosos de la compasión.

Paz y Bien

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