Los que no oyen, los que no escuchan



Domingo 23º durante el año

Para el día de hoy (06/09/15): .

Evangelio según San Marcos 7, 31-37



Jesús de Nazareth ha regresado de su viaje misionero por tierras paganas, extranjeras -Tiro- y atraviesa en su periplo Sidón y la Decápolis. Estamos nuevamente en tierras judías, en donde el Evangelista nos sitúa de manera difusa: en embargo, nos envía coordenadas teológicas -espirituales- para no extraviarnos.

Porque la realidad del Reino de Dios, la Buena Noticia se brinda aquí y ahora para todos los pueblos. Las multitudes se acercan allí al Maestro, inmenso rebaño sin pastor, pequeños peces a la deriva, ávidos de liberación, hambrientos de verdad. Aunque muchos de ellos lo hacen también por intereses personales: su fama de taumaturgo le precede, y son muchos los que lo buscan afanosamente sólo por ello, y es un signo de lo superficial, de lo interesado aún cuando el motivo sea legítimo.
Para muchos, Cristo es un personaje de poderes mágicos, un solucionador instantáneo de problemas que agobian y para los que no tienen solución.

Tal vez esa sea la causa del dolor cordial que le duele al Maestro, cuyos ojos se elevan al cielo, y que como súplica de sus entrañas exhala un suspiro. A ese hombre lo aparta de la multitud: la snación no ha de ser un show, una exhibición impúdica que no tenga en cuenta al doliente. La sanación es un profundo encuentro con el Dios de amor de Jesús de Nazareth, un Dios que no es un feroz vengador punitivo de los pecados, que castiga infidelidades con enfermedad, como dicen los expertos religiosos. Tampoco los enfermos son impuros, rotulados como indignos, excluidos de todo. 
De allí que adquiera mayor relevancia el inmenso gesto de ternura de tocar las orejas de ese hombre con sus dedos, y su lengua con saliva. La impureza que se contagia cuéntensela e impóngansela a otros, amigos, no es cosa del Reino. Ese gesto remite bondadosamente a la creación, al barro fecundo que se pone en pié por el Espíritu creador, barro en el que se insufla la vida nueva.

Pero hay otra cuestión que no es menor: el Maestro no dedica ni un instante a hacer prosélitos o a incrementar el número de seguidores, ni tampoco en este caso impulsa conversiones. Todo en Él habla del amor de Dios que sólo vé hijas e hijos a los que quiere restaurar en humanidad plena.

Posiblemente el sordomudo era ese hombre al que el Señor devuelve la capacidad de oir, de escuchar, de comunicarse. 
Los verdaderos sordos quedamos alrededor, pues hemos perdido la capacidad de oír y escuchar a Dios en la Palabra y en el hermano, la realidad universal de la Salvación. 

Que la bondad de Dios nos regrese la salud de los corazones.

Paz y Bien
      

1 comentarios:

pensamiento dijo...

El que no escucha primero a Dios no tiene nada que decir al mundo. Muchas, gracias, Dios sea con usted.

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