Magnífico Dios




Para el día de hoy (22/12/15): 

Evangelio según San Lucas 1, 46-55



Producto de los afectos y de una religiosidad que a menudo se abstrae, solemos encaramar la imagen de María de Nazareth en imponentes altares, revestirla de lujosos vestidos, coronas refulgentes, reina del universo. Y lo es, claro está, pero ese modo devocional se extravía en abstracciones, y así perdemos de vista el inmenso valor de María como joven mujer judía de aldea menor, como mujer de fé, plena y feliz por creer. 
Porque es la Madre del Señor en su cuerpo, pero ante todo la Palabra se ha encarnado definitivamente en las honduras de su enorme corazón, tierra sin mal.

Los estudiosos mencionan que, probablemente, el Magnificat sea una construcción piadosa, una plegaria de las primeras comunidades cristianas. Pero sin dudas, expresa con carácter único su fé sin quebrantos, su esperanza cimentada en su Dios, su amor que no se resigna, y muy especialmente la profunda experiencia del paso salvador de Dios en su existencia, en la de su pueblo, en la historia humana.

María de Nazareth canta a ese Magnífico Dios, y al hacerlo, retrata de manera única al Dios Padre de Jesucristo, su Hijo y Señor.

Un Dios Salvador a partir de su experiencia personal, y sabiendo mirar sus huellas en la historia de su pueblo. Una Salvación que es concreta como es concreto el amor, porque ante todo y por sobre todo, María de Nazareth es una mujer que ama.

Un Dios que hace maravillas, dador infinitamente generoso de felicidad, de vida, de liberación.

Un Dios magníficamente parcial, cuyo rostro se inclina hacia los pobres, los pequeños, los humildes, los que no cuentan.

Un Dios que dispersa a los que piensan que son algo, que desarma los planes de los arrogantes, y que llegado el caso derriba a los poderosos de sus tronos, Dios que es amor, Dios que es justicia y derecho, Dios que es misericordia que se extiende de generación en generación.

Un Dios que que siempre cumple lo que prometió.

Un Dios que florece la vida, como ella comienza a experimentarlo en su propio cuerpo luego de conocerlo en las honduras de su alma.

En el Magníficat oramos alegres y confiados a un Dios que nunca se desentiende de la historia de sus hijas e hijos, que se hace tiempo, que se hace tan cercano como ese Niño que acunaremos en el silencio de nuestros corazones.

Magnífico el Dios de María de Nazareth que ratifica para siempre el amor con su pueblo en ese Cristo que nos está llegando a través de la Madre.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba