La piedra y las llaves








Para el día de hoy (04/08/16):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-23





Siempre es necesario ahondar en significados, ir más allá de la pura letra, orientarnos por referencias cordiales, simbólicas. Así, en la lectura que nos brinda la liturgia del día y en su mismo inicio, Jesús de Nazareth y sus discípulos han llegado a la zona de Cesarea de Filipo.
Esta coordenada que nos brinda el Evangelista no es casual ni fortuita; en tiempos del ministerio del Maestro había en Palestina dos ciudades con nombre similar, Cesarea marítima en el sur mediterráneo, y Cesarea de Filipo en las cercanías del monte Hermón, por los Altos del Golán.
En ese lugar y por el año 20 a.c. Herodes el Grande erige una estatua para honrar y rendir culto al César de Roma -Augusto-, pues a los césares se los deificaban a la misma altura que los dioses de la religión romana. Posteriormente uno de sus hijos, Filipo -hermano de Antipas, tetrarca de Galilea- ordena renombrar a la antigua ciudad de Panias, centro del culto al dios Pan, como Cesarea en honor al emperador romano, señal de sumisión y vasallaje. Las coronas de Antipas y Filipo dependían por entero del aval de los césares y se respaldaban con la fuerza de las legiones, una cuestión que disolvía aún más su escasa legimitidad.

Precisamente en esa ciudad en donde se adoran a dioses extraños y a falsos dioses como el César, allí en donde se aniquila la dignidad y el honor procurando migajas de un poder que domina pueblos enteros por la sumisión, la fuerza y la explotación, acontecerá un hecho de fé fundacional, magnífico en su esperanza, resplandeciente de futuro.

Pedro amaba con fervor al Maestro. A pesar de su carácter arrebatado y a menudo voluble, tuvo siempre un talante de amistad franca que aún hoy es infrecuente.
Frente a la gran pregunta que realiza Cristo -y ustedes, ¿quién dicen que soy?- quien responde de modo contundente -Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo-.
Su respuesta no es producto de un esfuerzo de su razón sino una profunda cuestión de fé, y Pedro responde de ese modo porque ha sido agraciado con esa fé que es don y misterio, pues sólo desde la fé reconocemos al Cristo Dios en Jesús de Nazareth.

Por ello Pedro tendrá por misión y vocación piedra y llaves. Piedra que sustente desde la fé y el servicio el edificio cordial de la Iglesia, sustento fraterno de la fé de sus hermanos, primado desde la caridad. Y las llaves implican un poder asombroso y despreciado por el mundo, el poder del perdón que restaura, levanta y reune a los dispersos.

A veces es probable que Pedro se extravíe en viejos prejuicios, en antiguas miserias. Pero cualquier oscuridad no podrá traspasar el ámbito filial y humilde de la mesa grande, y es en esos momentos en que Pedro tiene que volver a ubicarse tras los pasos de Cristo, seguir su huella, permitir que Ël lo guíe.

Pedro, pontífice pues su misión es ser hacedor de puentes entre los hombres y Dios.

Dios guarde y proteja siempre a Pedro.

Paz y Bien





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