Nuestra Señora de la Liberación








Nuestra Señora de la Merced

Para el día de hoy (24/09/16):  

Evangelio según San Juan 19, 25-27 



Madre y hermana, amiga y discípula. Al pié de la cruz, demolida de dolor, permanece firme y fiel aún cuando todos se han ido, despeinados de miedo, fragores del temor.
El vino de Jesús es el vino de María. El cáliz del Hijo es también copa que la Madre no elude, como tampoco escapa a todos los tragos amargos de todos los hijos.

Allí, firme junto al árbol santo de los dos maderos expresa en silencio su frondosa pobreza que es -en la ilógica del Reino- la inmensa riqueza de la Gracia. Esa mujer no tiene casa propia, su hogar estará allí en donde los hermanos del Hijo, sus otros hijos, la reciban con afecto y corazón creciente.

La ofrenda absoluta de Cristo en la cruz, su muerte como un criminal abyecto y peligroso, sindicado como un maldito, es también el amor mayor de un Dios que nada se reserva para sí, que todo lo entrega para el bien de los hijos. La muerte de Cristo en la cruz es una afirmación rotunda del corazón sagrado de Dios por la vida, y la vida en abundancia.

Como el Padre que nada se reserva, el Hijo tampoco. Muriéndose, brinda a sus hermanos lo último que le queda, su Madre, para que sea Madre de todos en la fé, en la esperanza, en el amor.

Ella lo sabía bien. El Dios que la amaba sin medidas, el Dios Abbá de su Hijo, el Dios de sus mayores es el Dios magnífico que nunca es imparcial, que inclina su rostro bondadoso hacia los pequeños, su corazón infinito hacia los pobres, su brazo fuerte al rescate de los cautivos y los humildes. Y que derriba a los poderosos de sus tronos.
Un Dios que en el Hijo celebra la vida y la libertad.

Líbranos, Madre, de la mano cruel de los violentos, y de la mano cuidada de los opresores de guante blanco.
Que nunca se nos agoten las ganas de escuchar esa música fabulosa de las cadenas que se rompen.
Que bebamos el vino de tu Hijo, y brindemos con todos los hijos en la mesa fraterna del Reino, especialmente con los hermanos en los que perduran las sombras de tantas cautividades nuevas y viejas.

Ayudanos a ser dignos hijos tuyos y hermanos del Maestro, firmes en la esperanza, tenaces buscadores de la libertad, humildes edificadores de la paz, hambrientos a perpetuidad de toda justicia, pues no vamos solos, pues somos todos felices hijos de tu merced que nos ampara, nos consuela y nos restaura.

¡Salve, Madre de Dios!

Paz y Bien



1 comentarios:

ven dijo...

Líbranos, Madre, de la mano cruel de los violentos y de nosotros mismo, gracias, un buen día en el Señor, un abrazo fraterno.

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