Infancia cordial








Para el día de hoy (25/02/17):  

Evangelio según San Marcos 10, 13-16




La escena que nos presenta la lectura del día posee varios aspectos, especialmente en la actitud de los discípulos: ante la presencia de unas personas que traen a la presencia del Maestro a unos niños para que los toque, ellos se enojan y reprenden a esas personas. Hemos de notar que el Evangelio habla de tocar antes que de bendecir, es decir, esos padres esperaban que con el simple contacto con Jesús de Nazareth sus hijos alcanzaran bendiciones, una  fé incipiente pero fé al fin.

Quizás suponían que la algarabía propia de los niños altere el ambiente docente que ellos presumen serio y recatado; seguramente, algo de ello haya, pero en verdad lo que se impone son los parámetros religiosos imperantes por los cuales un niño es un ser humano incompleto, un impuro inhábil de participar del culto divino y de las cosas de Dios, alguien que no tiene voz propia ni derecho a ser escuchado. En todo depende de su progenitor.

Sin embargo, la mirada de los discípulos no se corresponde con la mirada del Señor. Él no quiere que de ninguna manera se impida a los niños acercarse a su persona, y más aún. Siempre hay más. Hay pocos condicionales tan taxativos, tan contundentes: si no reciben, si no recibimos al Reino de Dios como un niño, no entraremos en él.

No se trata, claro está, de un llamado a la ingenuidad, a una vida pueril carente de significado. Se trata de un imperioso llamado a reverdecer en una infancia espiritual, infancia de los corazones, infancia cordial.

Puede llegar a resultar una postura simpática y que se declame con gestos elocuentes. Sin embargo, no es tarea sencilla, para nada. 
Implica ante todo la abnegación, es decir, la negación de sí mismo -quien quiera seguirme, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame! enseña Cristo-, la alegre deserción de toda autosuficiencia, especialmente a la hora de los peligros y las tentaciones, la renuncia explícita a cualquier presunción y, a su vez, confiar con todo el corazón, desde las honduras de la existencia, en la Divina Providencia, en el amor bondadoso de un Dios que por Cristo hemos descubierto como Padre y más todavía, Abbá, Papá eterno.

La infancia cordial invierte ciertos criterios de razonabilidad estricta que suelen regirnos y amplía horizontes hacia ámbitos santos, humildemente infinitos, en donde el Señor siempre nos abraza y bendice.

Paz y Bien

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