Una nueva oportunidad









Para el día de hoy (03/04/17):  

Evangelio según San Juan 8, 1-11




Los hechos que encontramos en la lectura de este día acontecen durante los últimos días de la vida terrena de Jesús de Nazareth, y esa es la principal perspectiva que no debemos perder de vista. Su fidelidad no se quebrantará ni debilitará aún cuando la sombra ominosa de la cruz parezca acrecentarse hora tras horas.

Él estaba en el Templo a pesar de los riesgos, aún cuando lo buscaban para prenderle. Sólo lo atraparán en el momento exacto, pues la Pasión no es cuestión de la eficacia brutal de sus enemigos sino por la decisión de su corazón sagrado, en entera libertad.

Allí, un grupo de escribas y fariseos traen a su presencia a una mujer que había sido sorprendida en adulterio.
Desde el vamos la intención encierra trampas y peligros. La ley mosaica preveía la ejecución de la mujer adúltera, pero luego del debido proceso legal; en aquel tiempo, el Tribunal mayor era el Sanedrín, máxima expresión de la dirigencia religiosa judía. Sin embargo, y aún cuando el Sanedrín podía condenar a una persona a la pena capital, carecía de facultades para ejecutar la pena directamente pues la soberanía era ejercida por la autoridad imperial romana, y esto también lo comprobaremos durante los días de Semana Santa y el proceso que incoan contra Cristo. 

Esos hombres son meros acusadores que se erigen como jueces y verdugos de una mujer a la que se le ha descubierto un pecado público: sin embargo, nada dicen ellos de los pecados privados, de los pecados que están pero no se conocen.
Ellos pretenden que Cristo se sitúe abiertamente en lugar de Moisés, una disyuntiva terrible que derribaría la identidad raigal de la nación judía.
Pero hay una faceta judicial doble en la falacia que plantean al Maestro: negando la procedencia de la sentencia ejecutoria, lo colocarían en una irrevocable situación de desacato ante la Ley y por tanto, ante el Sanedrín. Ellos sabían cómo se comportaba el Señor con los descastados y los pecadores, con lo cual es probable que buscaran esa posibilidad.
Aún así, si conviniera en sus conclusiones, se pondría en rebeldía frente al pretor romano, cuyo poder decidía la vida o la muerte de los reos.

La tranquilidad del Maestro es pasmosa. En el crescendo de la acusación, Él escribe en el suelo con su dedo. 
En una zona como ésa, los fuertes vientos depositan capas de arena y tierra sobre la calzada. Lo que se escriba ha de durar poco, señal de lo efímero de la existencia, de las almas doblegadas en sus miserias, lo que oscila hacia ninguna parte cuando se rompen la confianza que Dios deposita en cada corazón. Quizás también exprese lo que es el pecado humano frente a la infinita misericordia de Dios.

El procedimiento legal establecía que la ejecución de un condenado a lapidación sería encabezada por los testigos de cargo, los que a su vez debían presentar una conducta impoluta que no cuestionase la validez de su testimonio.
De allí la verdad que manifiesta Cristo, que es plenamente legal pero a su vez que es verdaderamente lapidaria: no hay ni un inocente. 

Cada pecado es causa de muerte, quizás no tanto por una condena prefijada sino por la ruptura con la vida, la elección de esas muertes en las que nos sumergimos. Por eso, tal vez, en el suelo Él escribía el nombre de la mujer y también el nombre de los acusadores.

Esos hombres severos se retiran, comenzando por los más viejos, probablemente por una carga culposa mayor en sus almas.
La mujer y el Maestro se quedan solos. Como decía San Agustín, sólo dos quedan, la miseria y la misericordia.
Él posee la autoridad suficiente para emitir una condena, pero no lo hace. Él es el salvador, y su inmenso amor que rescata y restaura brinda una nueva oportunidad, a pesar de lo que indica que todo está perdido, una oportunidad para vivir, para dejar atrás los quebrantos, para converger hacia Dios. 

Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia, y es el convite mayor a vivir plenos en esta Cuaresma.

Paz y Bien


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