Profeta, fuego en la voz









Para el día de hoy (19/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 47-54





Un profeta, hombre que en su voz lleva el fuego y la libertad del Espíritu de Dios, jamás calla ni somete su voz. Mucho menos, morigera sus tonos por conveniencias, esa torpe costumbre acomodaticia hoy conocida como corrección política. Un profeta es un hombre de voz libre que anuncia las cosas de Dios y también denuncia todo lo que se le opone, es decir, todo lo contrario a la vida, a la justicia, a la libertad.

Jesús de Nazareth lleva a su plenitud las antiguas tradiciones de los profetas de Israel, siendo Él mismo un hijo fiel y cabal de su pueblo. No es un arribista ni un trastornado que busca deliberadamente la confrontación por la confrontación misma, una enfermiza agudización de las contradicciones. Las cosas como son en verdad, sin eludir ninguna consecuencia.
Así, sus palabras causan asombro: en la propia Jerusalem, en el sitio en donde se afirma el poder político y religioso de Israel, la ortodoxia y el unicato de dirigentes que a nadie escuchen, en sus mismos rostros les endilga lo que todos saben y nadie dice en voz alta. Esos hombres son asesinos de hecho o cómplices de homicidios de justos, esos hombres son opresores de sus hermanos, esos hombres son tumbas que andan, pues por fuera tienen una apariencia límpida y elegante, cuando en realidad sólo esconden en su interior corrupción y muerte.

Fariseos y doctores de la Ley, ambos afanosos defensores de la imagen de Dios que habían creado a su propia imagen y semejanza. Un Dios escondido en lejanías que ellos mismos escinden cada vez más. Un Dios vengativo y castigador, que puede manipularse mediante la acumulación de méritos piadosos y cumplimientos preceptuales, un Dios para unos pocos que excluye a tantos, un Dios al que se accede mediante cierta erudición de la Palabra detentada por una selecta élite que a la vez torna infranqueable el paso del conocimiento para el pueblo.
Es menester tener prudencia: esos hombres eran, a su modo, profundamente religiosos. Además de todos su gravosos errores y miserias, sostenían que defendían a Dios...como si éste necesitara defensa alguna.
Esos hombres hablaban de una caricatura, de una fotografía trucada, pero en nada tenían que ver con el Dios de Jesús de Nazareth, un Dios Padre y Madre que dispensa bendición y Salvación como el rocío del alba, un Dios que sale a buscar a sus hijas e hijos extraviados, un Dios que se inclina con entrañable afecto hacia los pobres y los pequeños, un Dios que inaugura su Reino como mesa grande, inmensa, fiesta de la vida para el pueblo.

Jesús de Nazareth no cedió ni al miedo ni a las conveniencias, aún cuando la sombra ominosa de la cruz estuviera allí, tan terrible y voraz.
Ay de nosotros si guardamos silencio cuando hay que hablar, desde la verdad, la justicia y la libertad.

Paz y Bien

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