La santa locura del Reino de Dios











Para el día de hoy (20/01/18) 

Evangelio según San Marcos 3, 20-21






La lectura del día de hoy es en apariencia muy corta, consta sólo de dos versículos. Sin embargo, tiene una enorme trascendencia y nos proyecta a la dimensión del Reino.

Nos encontramos nuevamente en Cafarnaúm, la ciudad donde estaba el hogar familiar de Pedro y Andrés, y en donde Jesús solía hospedarse. En un plano simbólico y a la vez pleno de significado, hay un desplazamiento desde la sinagoga en donde ya no se lo acepta ni tolera hacia la casa, hacia el hogar en donde se recibe a Cristo como un miembro de la familia.
La Iglesia, allí comunidad naciente, hoy creciente, se edifica alrededor de Cristo y se moldea al fuego del Espíritu como familia de vínculos mucho más profundos y trascendentes que los que indican la biología o la raza.

En esta ocasión, Jesús y los suyos regresaban de uno de sus peregrinaciones misioneras, el anuncio de la Buena Noticia. Hablamos de una época en que es infrecuente el traslado en vehículos a tracción de sangre o en montas de diverso origen: los viajes dentro de Israel y las zonas adyacentes solían realizarse a pié, y si a eso sumamos las demandas en aumento de tanta gente desamparada, ello implica para ese rabbí y para sus discípulos un cansancio demoledor, y con ello la necesidad de volver a centrarse, de descansar, de comer y recuperar fuerzas.

La imagen de un Cristo cansado es importantísima, tan decididamente humano y a la vez tan santo, un cansancio sagrado que proviene de una caridad sin límites.
Pero los padeceres de las multitudes parecen no agotarse nunca, y rodean la casa, y ellos ni siquiera pueden comer. Hay allí la desesperación de un nutrido rebaño sin pastor, presa fácil de la miseria y las enfermedades librados a su suerte, castigados por ciertos criterios que, preventivamente, los clasifican como impuros y les presentan un Dios severo e inaccesible.
Pero también en ese cúmulo de pesares y angustias hay una prevalencia de la fama sanadora del Maestro. Aún así, a pesar de ese error, no es óbice para el inmenso corazón misericordioso del Señor.

Pero tanto el conflicto frontal con las autoridades religiosas como su vida itinerante descoloca a sus parientes, y como siempre deberíamos actuar, es menester ponerse en el lugar del otro.
Desde su punto de vista, lo han conocido desde niño, lo han visto crecer y aprender el oficio paterno. Esperan que como todo varón judío, se case, forme una familia, crezca en las tradiciones y en la fé de Israel.

Jesús de Nazareth no hace nada de lo que se espera de Él. A nosotros también nos sorprende, y es menester suplicar que nunca nos acostumbremos, que siempre estemos dispuestos al asombro.
Los parientes no sólo están confundidos por este joven que creen conocer tan bien, y que de golpe se larga a los caminos, permanece tenazmente célibe, habla de Dios y, para colmo de males, no tiene ni un ápice de temor ni de vergüenza en enfrentar a la ortodoxia religiosa que comienza a proyectar una sombra ominosa sobre su existencia, y que se consumará en las horas de la Pasión.

Lo creen exaltado, enajenado, por ello lo buscan.
Pero es la locura del Evangelio, que no puede contenerse ni acallarse, mansa locura de Buenas Noticias, de Salvación, de un Dios enamorado de su Creación.

Paz y Bien

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