Santo y secular, el Reino en el tiempo













Para el día de hoy (16/01/18):
Evangelio según San Marcos 2, 23-28





Durante siglos, la celebración del Shabbat distinguió a Israel de las otras naciones: día de reposo, institución sacralizada hasta límites insospechados, a tal punto que su observancia era escrupulosamente controlada aún por sobre el resto de los mandamientos.

Es claro que guardar este precepto significaba ser un cumplidor fiel de la ley, y, por el contrario, su transgresión conllevaba a ser encasillado como blasfemo, idólatra y renegado.
Entre las severas prohibiciones relativas al no quebrantamiento del sábado podríamos encontrar, por ejemplo, el cuidado del ganado: si un animal corría el riesgo de morir por algún accidente, nada debía hacerse en pleno sábado. Esta medida no era tomada al pié de la letra por los campesinos galileos, que si bien era respetuosos de la ley y observantes religiosos, también tenían una cuestión de fondo: sobrevivir y vivir.

Otra de las prohibiciones -símbolo de la inmovilidad absoluta permitida- era recoger espigas en el campo, quizás pensando en el tiempo de cosechas. Aquel día Jesús y sus amigos atravesaban un sembrado, y movidos por un deseo primordial -el hambre- toman algunas espigas frotándolas en las palmas de las manos para lograr quizás un bocado que les traiga algo de alivio.

Sin embargo, siempre están presentes las miradas mezquinas de los profesionales de la religión, los veloces críticos de los pecados ajenos, los defensores a ultranza de la ortodoxia que suele olvidar desde el vamos al hombre que cree e intenta creer aún cuando pueda equivocarse, señores del martillo y la sanción rápida pero nunca del perdón y el abrazo.

Así entonces la crítica no se hace esperar: no importan motivos ni gestos, cortar espigas está prohibido, vá en contra de lo sagrado y tus amigos, rabbí, están transgrediendo algo tan fundamental para Israel, para el pueblo Elegido.

La respuesta del Maestro no puede ser más asombrosa: no sólo defiende a los suyos, sino que avala y justifica su actitud, y más aún: algo tan profano y secular como el hambre, como una necesidad humana primordial es enaltecida como sagrada, y a la vez se desdibuja la pretendida sacralidad del Shabbat, subordinándolo al bien del hombre.

Es un nuevo paradigma santo que nos cuesta aceptar, y es aquel que descubre como santas esas cuestiones que laten en la existencia cotidiana de mujeres y hombres, cuestiones que podrían llegar a considerarse menores o circunstanciales. Normas, dogmas y religión deben estar al servicio de la vida y no a la inversa, ninguna creencia debe conducir a la esclavitud de las almas.

Quizás entonces en la realidad de las miserias y quebrantos diarios debamos reencontrarnos con el sentido más profundo de lo que nos revela y rebela Jesús de Nazareth, volvernos cada día más humanos, santificando la vida y honrando al Dios que la prodiga sin condiciones desde la proclamación de la solidaridad y la misericordia.
No hay otra religión, el resto es accesorio.

Paz y Bien

1 comentarios:

Walter Fernández dijo...
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