Visitación: el Dios de los pobres, el Dios de María de Nazareth















Visitación de la Virgen María

Para el día de hoy (31/05/18):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-56







La escena estremece: una joven de provincias -casi una niña-, con un embarazo de tres meses, recorriendo a pié y con cierta urgencia más de cien kilómetros, de Galilea a las montañas de Judá, de Nazareth hacia Ain Karem por la ruta de Samaria, solita ella, indefensa, con todos los riesgos en esas rutas pobladas de salteadores.

Ella parte sin demoras al encuentro de Isabel, esposa del sacerdote Zacarías. La compasión y la solidaridad nos ponen prisas y hacen que la necesidad del prójimo se revista con una urgencia impostergable.
Pero estamos en el tiempo santo de la Gracia, kairós de Dios y el hombre, y los pasos que no se retrasan de esa muchacha galilea expresan la visita definitiva que Dios hace a su pueblo, Dios con nosotros, un Dios pariente de la humanidad, Papá, buen amigo y buen vecino, un Hijo que amamos.
Hay un éxodo bondadoso en la Visitación, señal de un Dios que renueva la vida e inaugura un comienzo definitivo desde la periferia hacia el centro, desde lo pequeño hacia lo grande, desde lo que no cuenta pero que está grávido de Salvación.

Son dos mujeres muy pero muy distintas. Una de ellas jovencísima, esposa de un artesano de aldea ignota, humilde y pobre. La otra, entrada en años es casi una abuela, y su esposo es un sacerdote que integra la ortodoxia de Judá, la centralidad religiosa que es tan altanera respecto a los demás; una se esconde, la otra sale abiertamente a los caminos con la vida que le crece en su seno. Aún así, en esas disimilitudes nos conocemos y re-conocemos, y es precisamente ese encuentro el que se vuelve comunión, alegría por el otro, profecía en ciernes. Y a ellas la bendición de un hijo próximo las enciende como mujeres que serán madres, un maravilloso secreto que sólo ellas comprenden.

María de Nazareth lleva consigo al Redentor, plena del Espíritu, y es el Espíritu, el Señor que la visita quien reverdece el viejo corazón de Isabel a pura profecía, a grata alabanza, señal para todos nosotros también: donde está la Madre, está el Hijo, y tal vez no hagan falta demasiados discursos o nutridas palabras. Sólo un corazón agradecido que se atreva a saltar de serena felicidad porque se terminan los imposibles y se inauguran los asombros, porque ya no tendrán mucho que decir los guerreros, los religiosos profesionales,
los poderosos. Es tiempo de mujeres y de niños.

Como en todo encuentro en el que acontece el nosotros, hay una reciprocidad y un eco, música conjugada y compartida. Por eso María canta, porque lo que sucede es cosa de su Dios, ese Dios que la ama y que no abandona a su pueblo, el Dios de los pequeños, de los humildes, el que derriba a los poderosos, el que se impone por la fuerza de su amor, el que hace renacer la justicia y el derecho, el que mantiene siempre sus promesas, Dios magnífico, Dios liberador que recrea la historia humana comenzando por Israel, desde la enorme pequeñez de esa mujer de fé con la que cantamos la gloria de un Dios tan cercano.

Paz y Bien

El servicio, compromiso y profecía












Para el día de hoy (30/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 32-45








La lectura que nos presenta la liturgia del día tiene como marco y color principal el anuncio de la Pasión que realiza el Maestro frente a los discípulos: se trata de su vocación mesiánica y su fidelidad, que sólo puede comprenderse desde esa cruz asumida en libertad.

Como un contraste doloroso e inmediatamente luego del anuncio de la Pasión, Juan y Santiago -Jacobo- los hijos de Zebedeo, se acercan al Maestro con una petición que tiene mucho de exigencia personal cargada de ambición. En aquél tiempo, la diestra del rey era, símbólicamente, el sitio de mayor honor tras el monarca, y la izquierda el inmediato siguiente; obviamente, no es solamente una cuestión ornamental sino de poder que pueda ejercerse, puestos y autoridad.
En realidad, entre el anuncio de la Pasión y la exigencia de los dos hermanos hay un abismo. No han comprendido nada acerca de Cristo y su Reino, siguen aferrados a los esquemas de poder mundano, de dominio, de autoridad contundente.

En cierto sentido, el pedido/reclamo de Juan y Santiago tiene mucho de oración que reniega de Jerusalem, del amor mayor expresado en la cruz que es don y misión.
Nuestra oración a menudo se embarra en esos lodazales; pedimos mucho -no está nada mal, es claro- pero olvidamos glorificar y agradecer. Pedimos para que prevalezcan los yoísmos que nos constituyen, es decir, primero yo, luego yo y por último yo; allí no hay lugar para el Dios de amor y Gracia de Jesús de Nazareth ni tampoco se abre el horizonte para el hermano.
Probablemente ello pueda también ejemplificarse con esas espiritualidades que articulan la prosperidad como dones de Dios, la teología de los primeros lugares, la religiosidad del trueque de piedad a cambio de bendición. Aunque la postura es tentadora, nada tiene que ver con la Buena Noticia, con el Reino, con la generosidad, con el amor incondicional, con el Dios que nos ama sin descanso ni excepciones.

En el epítome del pedido de los hijos de Zebedeo se encuentra la opresión: todo poder que no se sustente en el servicio, invariablemente conducirá al dominio y explotación del prójimo, ámbitos excelentes para que florezca y medre la corrupción.

No sea así entre ustedes les enseñaba el Señor, y es el mensaje que hoy nos resuena en las honduras de los corazones, para que nos despertemos al compromiso y la profecía del servicio, imantación y seguimiento de Aquél que ha salido en nuestra búsqueda y que ofrenda su vida por nuestra salvación.

Paz y Bien

Dejarlo todo y persistir tenazmente en la esperanza













Para el día de hoy (29/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 28-31









Santa Teresa de Calcuta hablaba con meridiana verdad cuando afirmaba: ni siquiera Dios puede poner algo en algún corazón que ya está lleno. Es que las cosas, los bienes, suponen un insalvable obstáculo para la relación con Dios -es decir, para la plenitud- si éstas pierden su carácter instrumental y ocupan el centro de la escena, de la existencia.

En estos tiempos, el materialismo se ha vuelto sutilmente tramposo, desvía la atención quizás hacia el céntuplo prometido y nó hacia el amor de Aquél que lo sustenta, que a todo brinda destino y sentido. Así el materialismo razona actitudes y justifica miserias con la calma falsa del que se compromete cuando le conviene, con los espacios críticos cedidos a los poderosos.

Pedro se enrieda en su afirmación: le afirma al Maestro que éste conoce lo que los apóstoles han dejado atrás, mujer, familia hijos, toda una vida en el seguimiento de Cristo. Sin embargo esa afirmación no es gratuita. Tiene que ver con una religiosidad trocal, de intercambios piadosos que infiere que hay cosas que se le dan a Dios a cambio de procurar su bendición, y se ubica en la misma lógica que aquella ocasión en que la madre de los hijos de Zebedeo suplica para Juan y Santiago lugares de privilegio en un eventual corona mesiánica del Señor. De ese modo, el sacrificio de Pedro y los otros espera a cambio una retribución exponencial, y el error es grave pues es renegar abiertamente de la Gracia, del amor incondicional de Dios.

Aún así, el Maestro no reprende. Desde los errores de los hombres Dios también edifica salvación y abre espacios de bondad, con la asombrosa fecundidad del amor, la misma que sacia a la multitud hambrienta y llena doce canastas, la que reanima la fiesta de bodas que se apaga y llena seis tinajas del mejor vino.
Los discípulos han dejado todo, y en esa renuncia por seguir a Jesús se han vuelto ligeros de corazón, tienen amplios espacios vacíos en su alma que serán colmados por Aquél que en todo florece vida y alegría.

Dejarlo todo será la humilde ofrenda de los que aman y confían, los que persisten tenazmente en la esperanza, los que saben que todo es posible para ese Dios que se pone abiertamente del lado de los pequeños, los pobres, los que no cuentan. Dejarlo todo para que Dios sea todo en todos.

Dios bendiga especialmente a nuestras hermanas y hermanos que se hacen ofrenda en su vida consagrada, anticipando en sus existencias el Reino aquí y ahora.

Paz y Bien

La Gracia de Dios, tiempo de todos los imposibles













Para el día de hoy (28/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 17-27








La imagen de Jesús de Nazareth caminante, y del encuentro con el hombre rico es significativa: a Cristo se lo encuentra en el camino de la vida, en los senderos de la existencia, y siempre hay una invitación encendida para seguir sus pasos. Está en nosotros seguirle o quedarnos, porque la fé tiene mucho de movimiento cordial, un ir hacia como el amor.

En ese hombre hay una gran sinceridad, aunque quizás tácita; no era fácil ni sencillo en ese tiempo acercarse con ánimos de aprender y con un respeto venerable a ese rabbí galileo, tan denostado como odiado por las autoridades religiosas. Pero a su vez podemos intuir una fé incipiente cuyo distingo primordial se basa en la confianza puesta en la persona de Jesús.
Sin embargo, se dirige a Él como un maestro que puede revelarle arcanos y facilitarle el acceso a secretos que le faltan para completar sus días, para plenificar su existencia; de allí seguramente el elogio -maestro bueno-. De allí la respuesta del Señor, pues aunque nosotros sepamos que Él es Maestro y es bueno, en esta circunstancia lo que importa es que ese hombre dirija su mirada al Dios que ha brindado a su pueblo la Ley de Moisés, los mandamientos que ordenan la vida.

Esos mandamientos han sido concienzudamente guardados por ese hombre desde su juventud. Curiosamente, cuando el Maestro los enumera omite deliberadamente los referidos a la relación con Dios, y pone el énfasis en aquellos que tienen que ver en la relación con el prójimo, respuesta exacta a la praxis que el hombre no descubre, la ética que es camino de eternidad; en nuestra relación con el hermano ha de florecer la voluntad de Dios.
Aún así, ello no es todo, pues la sola enumeración reduciría los mandamientos a un cumplimiento reglamentario que ese hombre ha observado. Hay más, siempre hay más, y es menester ahondar en el misterio de Aquél que los sustenta, que les brinda sentido, que nos busca sin cesar.

Las riquezas de ese hombre simbolizan todos los gravámenes que nos impiden tener un corazón liviano, todo aquello a lo que nos aferramos, y también sustituir al Dios de la vida por las cosas, por la falsa seguridad de los bienes que solamente tienen un carácter instrumental.
Tal vez, el error primordial de ese hombre se centre en que la eternidad pueda obtenerse o procurarse mediante ciertas acciones o actitudes piadosas, y así desertamos de la Salvación como don y misterio de amor de Aquél que morirá para que nosotros permanezcamos con vida.

En cierto modo, todos tenemos diversos grados de riqueza a la que nos aferramos con fervor, cosas, dinero, ideas. Ego. Los discípulos lo intuían bien: nadie puede por sí mismo salvarse, todos portamos la carga terrible de nuestras miserias y quebrantos.

Pero la Salvación nos vuelve camellos asombrosos que podrán pasar felices por todos los ojos de la aguja de la existencia. La gracia de Dios, el amor de Cristo, inaugura el tiempo de los imposibles, el fin de los no se puede, de los nunca, de los jamases, para seguir con el corazón ligero tras sus pasos.

Paz y Bien

Santísima Trinidad: Dios es familia, comunidad de amor















Santísima Trinidad

Para el día de hoy (27/05/18):  

Evangelio según San Mateo 28, 16, 20






Hoy la Iglesia celebra el misterio central de la fé cristiana que es el misterio trinitario: celebramos la Santísima Trinidad.

Quizás el distingo principal de esta solemnidad debiera ser el silencio atento, la contemplación de un misterio que sobrepasa toda razón, descalzarnos el corazón frente a la presencia sagrada que nos salva. Ello implica despojarnos de preconceptos, antropomorfismos, ingratitudes, ruidos, y disponernos a la escucha de ese Dios que nos está hablando.

La liturgia expresa la pedagogía cordial de la Iglesia, y por ello esta celebración se ubica en el Domingo siguiente al del bautismo eclesial, la Solemnidad de Pentecostés, Dios que nos habla, nos busca, nos acompaña y siempre se está brindando sin excepciones ni reservas.

En verdad, Dios es un inmenso misterio del que nada podemos decir; a pesar de todos los miles de años de recorrido, seguimos siendo niños balbuceantes. Entre Dios y las creaturas/criaturas hay un abismo insalvable para el hombre.
Aún así, un puente se ha tendido para nuestro bien, Cristo sacerdote, Señor y hermano nuestro.

Nos hemos caído del paraíso y no exactamente por accidente. A pesar de ese quebranto inicial y de todos los quebrantos posteriores, el Creador constantemente ha tendido su mano, nos ha salido al encuentro en cada recodo de la historia para el regreso, porque por nuestro propio esfuerzo no llegaríamos a ninguna parte.
Por eso celebramos la Santísima Trinidad. Celebramos a Dios con nosotros, a Dios por nosotros, a Dios en nosotros.

Dios es familia, Dios es comunidad de amor que se comunica constantemente, misterio de amor eterno al que nos conduce el Espíritu de Aquél que vive en comunión absoluta con el Padre y que nos hace partícipes de esa eternidad, verdad que nos salva y nos libera.

Paz y Bien

Un Dios del lado de los pequeños y los indefensos











Para el día de hoy (26/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 13-16









En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth los niños no tenían relevancia alguna: sin ser hombres enteros, eran apenas un apéndice de los padres. Mejor dicho, una propiedad, una cosa sin relevancia desde el punto de vista jurídico que carece de voz propia, que estará relegado de todo hasta que no ingrese a la vida adulta, un ser indefenso que en todo depende de su padre.
Así a los niños no se les enseñaba la Ley de Moisés, toda vez que se consideraba una pérdida de tiempo cuando no una afrenta a las tradiciones, y por ello también no era correcto ni razonable dispersarse en cuestiones pueriles. Precisamente ése es el motivo del rechazo de los discípulos cuando traen a la presencia del Señor unos niños para que Él los bendiga.

Contrariamente a toda especulación, el Señor se comporta siempre de acuerdo a su obediencia y fidelidad al Padre, y nó conforme a nuestras escasas previsiones y ansias mundanas, y allí está su enojo encendido. Nadie debe oponerse a que los niños se acerquen a Dios, y menos aún ser piedra de tropiezo para los niños y para los que son como ellos.

La revelación es revolucionaria. El Dios de Jesús de Nazareth se muestra abiertamente del lado de los niños y de los pequeños, los indefensos, los que en todo dependen de los demás, los que nadie tiene en cuenta, los que poseen una fé germinal e incipiente, los que no han perdido su capacidad de asombro y de gratitud.
Los niños y los pequeños llevan escondido en sus corazones un gratísimo secreto, las puertas del Reino.

Hacerse niños significa recuperar una mirada amplia, la confianza en el Padre, la capacidad de descubrir los regalos, lo dado, las bendiciones fruto de la Gracia, del amor de Dios antes que el producto de los esfuerzos y redescubrir el tesoro inmenso de un Dios que se nos ha revelado como Abbá de todos.

Paz y Bien

Matrimonio, centro de la civilización del amor













Para el día de hoy (25/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 1-12







Desde hace bastante tiempo hemos perdido el valor de la palabra, la relevancia de lo que decimos, de las expresiones. Poco a poco la importancia de la palabra dada, de la palabra que se empeña ha pasado a un ignoto estante del pasado y a su vez ha ganado terreno los sofismas y las banalidades sin sentido ni compromiso. Por ello quizás también hayan perdido significación tanto la poesía como la metafísica.

Así, siguiendo el postulado esbozado en el párrafo anterior, podemos descubrir que la expresión matrimonio se origina en voces latinas que combinan la raíz matris/mater (madre) con el elemento monium, que a su vez refiere a status jurídico: visto desde esa perspectiva adquiere una relevancia notoria pues entonces matrimonium expresa el establecimiento y el reconocimiento legal de los derechos de la mujer como madre y mujer casada, especialmente en el mundo antiguo -y en ciertos aspectos actual- en donde la mujer se encontraba relativizada y subsumida respecto del varón, de sus decisiones, careciendo de derechos y voz propia. Dentro de la misma familia fonética, los derechos del varón se expresan desde un término similar, patrimonium, los bienes familiares sobre los que tiene tutela el pater familias.
Más allá de torpes cuestiones de género, patrimonio refiere a las cosas y matrimonio a la vida que se gesta y se cuida.

Sin embargo, otra expresión se utiliza con frecuencia para la referencia al vínculo entre un hombre y una mujer, y es la de cónyuges. Su raíz etimológica la encontramos en congiungere, que significa precisamente lo que su sonido sugiere, conjugados, dos vidas que confluyen para formar una nueva desde el amor, amor que responde a la propia esencia de Dios.
No se trata tanto de emparejar, de igualar hacia abajo, y de allí la espantosa costumbre de utilizar el término pareja para la unión amorosa de un hombre y una mujer. Nada de eso. Se trata de ofrecer esto que nos identifica, con las particularidades propias, y en la donación de la propia existencia edificar nuevos mundos, vida que se expande, desde el amor que involucra el corazón, la piel, la mente, los huesos, todo esto que somos, todo lo que podemos ser juntos.

Siguiendo la lectura de este día, al Maestro se acercaban esos hombres con intenciones aviesas, es decir, con las ganas -no tan ocultas- de que Jesús de Nazareth se tropiece con rulos dialécticos, se enrede en falaces argumentos y desde allí ridiculizarlo, menoscabarlo, desmerecerlo frente a las autoridades religiosas y frente al pueblo.
La Ley de Moisés era clara respecto al matrimonio; el problema radicaba en las diversas casuísticas aplicadas sobre esos criterios que son, ante todo, espirituales. Es la legalización jurídica de la fé, la subordinación a los reglamentos antes que a la caridad, y cuando ello acontece, Dios se vá por otros lados. De allí el problema que le plantean: para sus duros conceptos, sólo el hombre poseía derechos, y no así la mujer, con lo cual un libelo de divorcio estaba sujeto a los caprichos del varón sin que la mujer fuera escuchada ni respetada.

El Maestro desecha esos postulados. Esos hombres aplican escasos conceptos mundanos a cuestiones amadas por Dios, y la postura debe ser, precisamente, contemplar todo desde la mirada de Dios.
Y desde esa mirada bondadosa de Padre, el matrimonio es un medio santo para edificar desde el amor recíproco el espacio de plenitud que se expande en la familia. Ésa es la raíz definitiva de toda indivisibilidad, porque el amor no se divide por cánones o reglamentos, se lo vive en el respeto, el cuidado del otro y la grata donación de la existencia.

Lamentablemente, solemos embarcarnos en las vanas naves reglamentarias, que aunque importantes tienen solamente un carácter instrumental. Y cuando por los golpes de la vida o los avances de las miserias ese amor fundante se quebranta, es menester dar paso a la compasión antes que al juicio, al igual que el Dios de Jesús de Nazareth, infinitamente rico en misericordia.

Paz y Bien

Humilde destino de sal










María, Auxilio de los cristianos

Para el día de hoy (24/05/18):  

Evangelio según San Marcos 9, 41-50







El Evangelio para este día nos convoca con enseñanzas del Maestro en las que resulta distintiva la puesta en valor de las cosas sencillas, de los pequeños gestos, de lo que quizás por extraviarnos en las locuras mundanas solemos pasar por alto.

Hay en el mensaje una tremenda oscilación, pues quien enseña es el mismo hombre que se encamina enteramente libre a Jerusalem a entregar su vida. Ese mismo hombre, Jesús de Nazareth, y a pesar de ello, pone el acento en algo tan pequeño como un vaso de agua ofrecido con generosidad; allí también podríamos tranquilamente pensar en los gestos de cortesía, alguna sonrisa cordial, la escucha atenta del prójimo, todos brotes crecientes de una vida de raíces profundas, brotes por donde se asoma la caridad, en donde quizás es posible comenzar a imaginar otro mundo, pequeñísimos ladrillos imprescindibles para edificar la existencia.

A la vez, el Maestro realiza una declaración asombrosa, y es su plena identificación con los suyos, con sus discípulos y seguidores, sus hermanas y hermanos, todos y cada uno de nosotros. Así nos descubrimos inmensamente valiosos, más no por méritos propios, sino por el entrañable amor y confianza de Cristo puestas en nuestros corazones, en todo esto que somos.

De entre todos sus hermanos, el corazón sagrado del Señor se inclina con abierta preferencia por los pequeños, y por pequeños -es claro- debemos considerar ante todo a los niños. En vista a todo lo que acontece, dolorosamente se nos vuelve más que razonable la admonición de la piedra de molino para quienes quebrantan esas vidas en ciernes, la inocencia que crece, la indefensión que es imprescindible proteger por todos los medios. Pero pequeños son también los que no cuentan, los que son invisibles a los ojos del mundo y muy especialmente aquellos que tienen una fé frágil, incipiente, en crecimiento.
Por eso la contundencia de sus palabras, la virulencia de su advertencia, que de ningún modo ha de leerse literalmente; si ello fuera así, sinceramente, viviríamos en un mundo de ciegos y mancos. Se trata de estar atentos a no vulnerar de ninguna manera la vida, los sueños y la fé de nuestros hermanos más pequeños, a quienes ante todo debemos servir.

Se trata de un humilde destino de sal. 

Por sí misma, la sal es apenas algo más que nada, un polvillo que se dispersa con cualquier viento. Sin embargo la sal es imprescindible para dar sabor, y a su vez de preservar de la degradación.
Humilde misión impostergable, que de gusto vivir esta vida, que no prospere la corrupción que mata y destruye, signos ciertos de Dios con nosotros, del Reino presente aquí y ahora.

Paz y Bien

Gestos de liberación en el nombre y por causa de Cristo












Para el día de hoy (23/05/18):  

Evangelio según San Marcos 9, 38-40









Las personalidades de los apóstoles era diversas, variopintas, no había en ellos una uniformidad sin distingos, sino más bien que desde caracteres muy distintos el Maestro forma una nueva familia, un nuevo pueblo, unidad en la diversidad.
Teniendo presente el sencillo postulado precedente, Juan y su hermano Santiago -Jacobo-, hijos de Zebedeo, son llamados tradicionalmente Boanerges o hijos del trueno: religiosamente fundamentalistas y portadores de bravos esquemas elitistas, de rechazo furibundo y violento de lo ajeno, de lo extraño. En cierta ocasión podemos recordarlos sugiriendo a Cristo arrasar con una lluvia de fuego a una aldea samaritana que se había negado a recibir al Maestro.
La lectura que nos presenta la liturgia del día tiene mucho de eso: los celos egoístas, el rechazo nervioso del que se supone extraño, la apropiación errónea de tornarse defensores de los derechos de Dios. Como si algunos tuvieran, precisamente, la vana arrogancia escrupulosa de los que se apropian de la autenticidad religiosa, pretensos delegados exactos del Creador -como si el Dios del universo requiriera defensa alguna-.

En realidad, esas posturas esconden terribles inseguridades por un lado, y por otro el alambrado de sus propios espacios acotados, relativos, mínimos. Para esas tendencias a menudo tan contundentes, la asombrosa libertad del Espíritu es en todo inconveniente, pues infieren que por simple pertenencia -por portación de ciertas credenciales- el Espíritu de Dios ha de estar a disposición de sus criterios y caprichos, la exclusividad de la bendición divina acotada a una élite.

En el Evangelio de este día todo ello se despeja. Es cierto que no todos los gestos pertenecen a Cristo, pues sólo es en verdad suyo lo que se hace en Su nombre, el bien que se propaga como rocío bienhechor.
Ello abre una ventana enorme, a menudo descartada. La mesa de los hermanos es mucho más grande que la que solemos tender.

Es cuestión de amistad, de profunda confianza en Aquél que no nos abandona. Los verdaderos amigos de Dios no se asustan, se alegran cuando descubren esos gestos en toda acción de bondadosa liberación realizada en el nombre del Señor.

Paz y Bien

Cristo, vida ofrecida por nuestra liberación












Para el día de hoy (22/05/18): 

Evangelio según San Marcos 9, 30-37








El Evangelista nos presenta un tramo del ministerio de Jesús de Nazareth por Galilea: su caminar es casi clandestino de tan confidencial. La tentación del éxito, de la honra y del poder acosa tan intensamente, que a veces es mejor cambiar de vereda más no de destino.

Junto al Maestro van los discípulos, y aunque hay una cercanía física, la distancia entre ellos es enorme. Así resalta la soledad de Cristo frente a la incomprensión de los discípulos, y que ello sucede mientras caminan destaca la referencia total hacia el anuncio de la Buena Noticia.

En esos hombres prevalecen estrategias mundanas de valores planos, sin altura ni trascendencia, y casi beben de antemano las mieles de las conquistas, de un Mesías glorioso y coronado. Siguen esclavos de una Ley tergiversada, la de los reglamentos, la de las recompensas y castigos, opuesta a la dinámica santa de la Gracia.

Grandes errores que persisten, pétreos, escarificados.
La parodia religiosa de suponer la vida cristiana como alternativa a este mundo. No y no, nada de eso. Se trata de ser sal y ser luz para que todo cambie de raíz, para dé gusto vivir la vida, para que florezca la justicia, para construir la paz. Para que el Reino venga y sea.

Las prebendas, los rótulos, las justificaciones de las atrocidades, el sometimiento del hermano, el poder por el poder mismo, un poder que se expresa desde el gesto pequeño y se extiende a los dominios imperiales.

Los códigos, las normas y las jerarquías por sobre todo, como cenit de precarios corazones.

Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos. Nuestros grandes errores siguen replicándose.

Se pagaba un rescate para liberar a un esclavo, se paga un rescate extorsivo para liberar a un cautivo.
Cristo paga con su vida ofrecida nuestra liberación, para que vivamos la libertad de las hijas y los hijos de Dios. Es el escandaloso anonadamiento del Dios encarnado, un Dios que nada se reserva para sí, que se entrega absolutamente, el amor entendido como donacion total e incondicional.

Desde estas mínimas existencias que portamos, todo debe y puede ser distinto. La Buena Noticia de que hemos sido invitados a edificar el Reino como jornaleros felices, en santa urdimbre de cielo y tierra, ejerciendo el más bondadoso de los poderes, la solidaridad y la compasión. Porque en la ilógica del Reino, el poder -el auténtico poder- es el servicio, y el servicio a los pequeños, a los niños y a los que son como niños.

La verdadera liberación es el paso de la servidumbre de todas las conveniencias al servicio, tierra prometida del amor de Dios.

Paz y Bien

Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre nuestra












María, Madre de la Iglesia

Para el día de hoy (21/05/18):  

Evangelio según San Juan 19, 25-27 









María, la Madre del Señor, es mujer que no tiene casa propia. El Evangelio según San Juan es claro al respecto, y más claro aún al indicar que el hogar verdadero de la Madre es aquél en donde los hijos la reciben con fé que se encarna, con algo más que cordial hospitalidad.

Los vínculos filiales son persistentes: en los gestos de los hijos se reconoce el carácter de los padres.
Así la Iglesia tiene una semejanza filial con la Madre pues constantemente engendra hijos desde la predicación de la Palabra y los sacramentos que administra, y es la pila bautismal el seno santo del que brotan los hijos nuevos, hijos plenos desde la fé que se le ha concedido, la fé que custodia y alienta la Madre del Señor.

El Hijo no es solamente la cabeza del cuerpo eclesial, sino el hombre definitivo que inaugura una nueva humanidad congregada tras los desencuentros de Babel, que habla el lenguaje universal del amor por el Espíritu que todo re-crea.

La Madre del Señor alumbra al Hijo desde el Espíritu de Dios que la fecunda, pero ese parto no es único sino el primero de muchos que a su vez se espejarán en el nacimiento del Salvador, vida nueva que se decide al calor de la fé.

Como en las bodas en Caná de Galilea, la Madre estará siempre atenta a las necesidades de los hijos, al vino de la existencia que se les agota, a los brindis sin esperanza, a las celebraciones que se duermen, y Ella intercede ante el Hijo para que la vida no se termine, no se apague, permaneciendo firmes, atentos y fieles a todo lo que Él nos diga.

Como hijos de esa Madre presente en Pentecostés y en cada instante de nuestro peregrinar, supliquemos recuperar su identidad, confiados en su misericordia sin límites, en su corazón sagrado redentor, en su presencia que es causa de todas las alegrías, en ese Dios que inclina su rostro bondadoso hacia los pobres, los humildes y los pequeños.


Paz y Bien

Pentecostés: aliento e impulso de Dios en nuestros corazones














Pentecostés

Para el día de hoy (20/05/18) 

Evangelio según San Juan 20, 19-23








Los discípulos se encontraban encerrados por el miedo a correr la misma suerte del Maestro. Seguramente, la policía religiosa del Templo los estaba buscando, y en esas almas ateridas se conjugaba el miedo a los perseguidores y al estar solos. Aquél que los conducía y alentaba ya no estaba, aún cuando unos de ellos habían visto la tumba vacía, las vendas y mortajas a un lado.

La clave está en esas puertas cerradas que no permiten entrar a nadie pero que a su vez determinan que nadie saldrá, y en ese encierro se espeja el temor que suele apoderarse de la Iglesia, de las naciones, de las familias, de cada uno de nosotros frente a las crisis, los problemas, los extranjeros, las novedades.
El abandono y la soledad tampoco nos son ajenos. Ellos confiaban en el Maestro, y ahora están solos, librados a su ventura. Y ahí, en esos momentos de corazón angosto, se percibe como único horizonte tenebroso esa oscuridad que puede tratarse de una nube que ha de pasar con buenos vientos.

El Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo es pura novedad perpetua, y en corazones cerrados no hay espacios para aires nuevos.

Ellos parecían haber olvidado todo lo que Él les había enseñado y prometido. Momentos fieros de obcecarse en la autocompasión y el no querer ver más allá de uno mismo.
Según parámetros medianamente lógicos, Dios debería ajustar cuentas con ellos; al menos, recriminaciones considerables dados su olvidos desmedidos.

Pero el Señor se hace presente. No detalla el Evangelista como accede a ese espacio cerrado y reducido, tan estrecho como las almas de sus amigos, y quizás sea deliberado para nuestro aprendizaje. No hay puerta ni ventana trabadas que impidan la presencia de Cristo en nuestras existencias.

Él, el Crucificado que es el Resucitado, está allí no para acciones punitivas, las cuales dados los acontecimientos pasados, serían más que razonables.
Así nuestras vidas: nuestras culpas nos abruman, pero Él se llega e irrumpe en nuestras noches con un saludo de paz.

Shalom! exclama, y es mucho más que un deseo. Es la paz que no evade los conflictos, es la firmeza que excede por lejos la calma chicha de las mentes adormiladas, es la paz que moviliza, que se afirma en la esperanza y la justicia, es la paz que edifica corazones nuevos y, desde allí, renueva al mundo.

Él lo ha hecho todo hasta el extremo de entregar su porpia vida para la salvación de todo el mundo.
Ahora es el tiempo de los discípulos, impulsados por el aliento de Dios, el Espíritu Santo, que les confiere la autoridad de Cristo para reparar corazones, denunciar lo ajeno a Dios, espantar la muerte, tender puentes entre hermanos separados, y nunca callar cuando es imperioso alzar la voz.

Que el Espíritu de Cristo nos abra todas las puertas y ventanas que hemos cerrado por miedo o por soberbia, y que nos impulse a anunciar la Buena Noticia por todos los caminos de la existencia.

Feliz Pëntecostés

Paz y Bien


La Iglesia es el Discípulo Amado














Para el día de hoy (19/05/18) 

Evangelio según San Juan 21, 19-25





Sobre la identidad del autor del cuarto Evangelio -tradicionalmente atribuido a San Juan- se han escrito innumerables obras por parte de importantes estudiosos y exégetas, estudios que al día de hoy continúan, muchos de ellos con singular piedad y sabiduría.

Desde estas limitadas y magras líneas, nos atreveremos a señalar un aspecto: quien ha dejado por escrito el testimonio de la Buena Noticia de Jesús siempre estuvo muy cercano y vinculado en la profundidad de los afectos al Maestro. Esa imagen del Discípulo Amado inclinado sobre el pecho del Señor en la Última Cena es símbolo y señal certeros de las maravillas de las que somos capaces de lograr si permanecemos unidos a su corazón sagrado.
Porque la fé cristiana, antes que la adhesión a una doctrina, es el vínculo inquebrantable que nos re-liga a Alguien, el Crucificado que es el Resucitado.

El Discípulo Amado es Juan, es también Pedro, tu y yo, la comunidad cristiana, la Iglesia, pues las primacías de amor entrañable son siempre de Dios. Es Dios quien se acerca, es Dios quien dá el primer paso, es Dios quien se desvive por todos, por toda la humanidad.

Los últimos versículos son de una gran belleza literaria, y a la vez son importantísimos, pues nos recuerdan a perpetuidad que los Evangelios no son una crónica ni una narración sino más bien relatos teológicos -espirituales-, don y misterio suficiente para la Salvación.

Y que el misterio de Cristo es enorme, inagotable; no hay modo de escribir y describir todo lo que hizo Jesús de Nazareth durante su ministerio y todo lo que ha hecho y sigue haciendo a través de los siglos, la luz de su Espíritu alumbrando y vivificando a cada mujer y cada hombre.

Paz y Bien

Vocación de Pedro, vocación de caridad, vocación de la Iglesia














Para el día de hoy (18/05/18):  

Evangelio según San Juan 21, 15-19








Hoy y mañana se corresponden a los últimos dos días del tiempo litúrgico pascual, pues el próximo Domingo celebraremos Pentecostés: a diferencia de los días previos, en los que contemplábamos la Última Cena, hoy nos situamos a orillas del lago de Genesaret, ámbito de la aparición del Señor Resucitado a siete de los discípulos. La escena de hoy se define por el diálogo entre Simón Pedro y el Maestro.

Respecto de Pedro, los Evangelistas -tanto en los Evangelios como en los Hechos de los Apóstoles- nos brindan varios datos que bosquejan un retrato fiel de su personalidad temperamental, afable y generoso a veces, volátil y quebradizo otras. Pero lo importante es enfocarnos en lo que el Maestro conoce de Pedro y, más aún, lo que imagina para él, pues nadie mejor que Cristo sueña todo lo que podemos llegar a ser, a pesar de nuestras limitaciones actuales, a pesar de nuestros quebrantos y traiciones.

Así entonces tres grandes etapas podemos descubrir en la vida de fé del pescador galileo.
La primera etapa es el llamado, la vocación del Maestro a Pedro a orillas del mar de Galilea, en donde él desarrollaba su oficio cotidiano, una invitación a ser pescador de hombres en su seguimiento y compañía. Esta etapa tendrá mucho de fervor voluntarista, idas y vueltas de un hombre tan franco como complicado que a menudo no logra comprender el carácter mesiánico de Jesús, de profundo y amistoso afecto pero a la vez de quebrantos y enojos y los devaneos de una conversión demorada, incompleta.

La segunda etapa es la maduración de esa semilla en germen del llamado, en donde su vocación y su fé serán puestas a prueba, Pedro el bocón/bocazas que declama muchas lealtades pero reniega con fatal velocidad ante la irrupción del miedo, Pedro el que discute con el Maestro el propio carácter de Él, Pedro que lo reconoce como Hijo del Dios vivo.

La tercera etapa es netamente pascual. Hay un regreso de Simón Pedro al ambiente añejo, a la pesca galilea. Hasta el viejo oficio parece querer regresar, noches infructuosas de esfuerzo sin frutos.
Quizás haya en Pedro una gravosa carga por la triple negación de la noche del arresto, negación que se magnifica por la fidelidad declamada instantes antes y no encarnada.
Pero está el Señor. La presencia del Resucitado es perdón y salvación para el amigo dolido, porque Pedro -al igual que todos los discípulos- es para Cristo, ante todo, un hermano y un amigo, familia que se elige y edifica desde los afectos por vínculos cordiales. Grave es el quebranto de Pedro, pero mucho más grande y poderoso el amor de Dios expresado en Cristo Resucitado.
Así, a la triple negación se corresponde con ese amor incondicional de Dios que descubre desde la triple pregunta, que a la vez es una afirmación expresa: tú también.

Pedro se afirmaba en sus esquemas y en la espada de su enojo, y eso lo confinaba a derrumbes estrepitosos.
A partir del encuentro con el Resucitado, Pedro se afirmará en ese Cristo que sigue confiando en él, que lo quiere con todo y a pesar de todo, y desde esa confianza entrañable será roca firme para sus hermanos, servidor de paz y consuelo, obrero fiel de la misericordia.

En la vocación de Pedro todos nos podemos espejar. Cada existencia tiene mucho de ida y vuelta, y es menester atreverse a descubrir a ese Cristo de nuestras orillas, el Cristo vivo que siempre nos busca y nos espera para nuestra liberación, que nos imagina plenos, que jamás deja de soñarnos felices, que siempre celebra nuestro regreso.

Paz y Bien

Dios resplandece en el rostro del hermano













Para el día de hoy (17/05/18) 

Evangelio según San Juan 17, 20-26








La unidad de los cristianos, vínculos indisolubles e inquebrantables de amor que implican el conocimiento y reconocimiento del otro y la reciprocidad en el cuidado, el respeto y el afecto, el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro sin reservas, reflejo luminoso de la Trinidad

Sin embargo, a través de la historia hemos truncado, a menudo con violencia y resentimientos perdurables, ese sueño primordial del Creador. A veces con palpables y explícitas razones doctrinarias, a veces con una soberbia militante, a veces por celos y por ansias tóxicas de poder y dominio.
Pero por más fundamentos que puedan argumentarse, el Maestro encomienda a los suyos a su Padre desde otros aspectos.

Esos aspectos tienen que ver con la esencia de Dios, el amor, de cómo guardamos en nuestras profundidades la Palabra y la ponemos en práctica, de cuanta caridad somos capaces de sembrar, pero también y muy especialmente de volvernos capaces de descubrir a Dios en el rostro y en la existencia del hermano.

Ese Dios que resplandece en el otro -tan hijo y tan amado como el que más- nos conduce también a la fé.

Es menester volver a creer en el hermano, con la misma intensidad que profesamos nuestra fé en Dios
Porque el signo de la Buena Noticia es la comunidad de los creyentes, familia creciente, ámbito de paz y de justicia que llamamos Iglesia.

Paz y Bien

Consagrados en la verdad, destinados a la unidad, soñados en la felicidad














Para el día de hoy (16/05/18):  

Evangelio según San Juan 17, 6a. 11b-19








Continuamos hoy contemplando y meditando la oración sacerdotal de Jesús en la Última Cena.
La plegaria del Señor es vehemente, fervorosa y entrañable por los suyos, por sus amigos, por los Once y por aquellos que le seguirán a través de la historia.
No es un dato menor que sus afanes, aún cuando la sombra ominosa de la Pasión parezca tragarse todo, que su principal preocupación sea el bien y la plenitud de los suyos, referencia y signo exactos de donación, de amor incondicional.
Así, su oración se volcará en tres ríos caudalosos que llevan la misma agua pura de la Salvación, quizás en reflejo cordial de la Trinidad de amor: que sus amigos sean consagrados en la verdad, que permanezcan unidos y que estando del mundo no sean poseídos por él, pues sólo son de Dios.

Consagrados a la verdad, en la atenta escucha de la Palabra de Dios que se encarna y se pone en práctica, se hace vida cotidiana, verdad que es luz entre tantas tinieblas, verdad que es liberación, la sagrada libertad de los hijos de Dios.

Que los discípulos permanezcan unidos entre ellos, espejo fiel de la unidad indivisible y amorosa entre el Padre y el Hijo, porque se trata de una familia creciente y nó de islotes individuales, y porque esa unidad también expresará el firme arraigo a la verdad. Unidad para crecer, unidad que prevalece a pesar de lo diverso porque tiene un grato distingo converso, de encuentro con Dios y con el hermano, de ceder el el paso al último, del único poder que es el servicio.

La fidelidad a la verdad y la tenaz unidad vuelve a los discípulos ajenos y repudiables por un mundo estructurado a través del poder, del dominio, de adjudicar a cada uno un precio -negación falaz de la Gracia-. Por su rostro fiel, el mundo los expulsará y terminará odiándolos con fervor, pues su sola presencia, aún cuando sea silenciosa y humilde, pone en evidencia la monstruosa máscara inhumana que suele solazarse en los más débiles. De allí que los discípulos estarán en el mundo sin ser de él, sin ser de lo que es ajeno a Dios y a la plenitud de la humanidad, y de allí se comprende la misión de sal y luz, misión para que en estos campos a veces tan yertos florezca la vida, la justicia y la paz, para que no campeen las tinieblas sino que la esperanza de nuevos amaneceres nos engalane el corazón.

Paz y Bien  

Conocer y dar a conocer el paso salvador de Dios por la historia












Para el día de hoy (15/05/18):  

Evangelio según San Juan 17, 1-11






En este día la liturgia nos invita a contemplar un fragmento de la oración sacerdotal de Jesús. Ésta tiene un carácter que está mucho más allá de la razón, o sea, que ha de contemplarse desde el co-razón: es su entrañable plegaria, la súplica confiada de un hombre que está a punto de sufrir una muerte espantosa, revestida de la ignominia que tratan de imponer sus enemigos, pero que aún así se mantiene firme, fiel y libre pues sabe y conoce que su fidelidad y su amor prevalecen por sobre todo horror, por sobre la muerte.

Él sabe lo que le espera en breve, y sabe también lo que se anida en las almas de sus amigos. Ellos quedarán mareados en su confusión, y estarán demolidos de miedo, desesperanza y derrota, y Él no quiere abandonarlos a su suerte.
Esa preocupación comienza en los Once y se extiende a todos los discípulos de todos los tiempos -nosotros mismos también- para que nadie se pierda, para que en todos resplandezca la Gloria de Dios.

En la oración del Señor hay un distingo que no puede pasarse por alto, y es que el centro y fundamento de su plegaria es el Padre, es decir, que no se inscribe en un yo rotundo sino que se fundamenta en un tú, que aquí es su Padre. El otro es quien dá sentido y en quien nos espejamos, el tú es quien posibilita el nosotros y mediante el cual renegamos alegremente de todo egoísmo.
Y cuando ese Tú es el mismo Dios, todo adquiere una relevancia inusitada, en la ardua tarea y el desafío que plantea un mundo chato, sin trascendencia y con la vida en retroceso.

Mirando en su propia historia, el Maestro imagina futuro. En sus raíces está Dios, y a ese Dios regresa, un Dios que no se reviste de celestial inaccesibilidad, sino que abre las puertas de su inmensa casa-corazón a todos los hombres, un puente tendido para siempre a través de Cristo sacerdote. Por eso la gloria de Dios es la eternidad que se prodiga en toda la historia como rocío bienhechor por la amorosa paternidad suya, vida sin límites que florece en la cotidianeidad.

Esa, precisamente, ha sido la misión salvadora del Señor, y desde su partida y hasta su regreso será la misión de los discípulos: que el mundo conozca al único Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo, que se descubra en gestos, palabras y presencia el amor misericordioso de Dios, conociendo y dando a conocer el paso salvador por cada historia personal, comunitaria y humana.

Paz y Bien

Partícipes de la vida de Dios











San Matías, apóstol

Para el día de hoy (14/05/18):  

Evangelio según San Juan 15, 9-17






La afirmación de los discípulos tiene mucho de esa tendencia a envalentonarnos, a revestirnos de una coraza de coraje que no poseemos frente a momentos de gran peligro, y frente a ellos se avecinaba, inminente, el temporal cruel de la Pasión.
Pero por otro lado cometen un error que tampoco nos es desconocido: se reconocen especiales por pertenecer, por ser discípulos, por creer mediante esfuerzos y comprensión.

El Maestro, lector incomparable de corazones de todos los tiempos, sabe lo que se talla. Sabe que se espantarán con el miedo, que lo dejarán solo, que se resignarán a la tristeza y a un demoledor clima de derrota.
Esos hombres se aferran a méritos que no poseen. Esos hombres suponen que la fé es producto único de su esfuerzo antes que don y misterio, consecuencia de un Dios que los ha buscado primero, de un Cristo que los ha elegido.

El Señor sabe que nunca estará solo. Su identidad con Dios es absoluta. Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Allí se deciden los compromisos decisivos para la historia de la humanidad, compromisos que tienen la tonalidad única y rotunda del amor.

El compromiso de Dios con su pueblo. El amor de Dios -su misma esencia- es no vivir para sí mismo, sino ofrecerse por entero, vivir en y para los demás sin reservas ni condiciones, bien continuo, bien mayor, bien absoluto.

El compromiso de Cristo radica en su fidelidad al proyecto de su Padre y a la vida de los suyos, sin condicionarse por las consecuencias, sin amilanarse, sin resignarse nunca. Esa fidelidad es fruto de saber que el Padre nunca lo abandonará en ninguna circunstancia.

La fidelidad, más aún en tiempos difíciles, todo lo decide.

Paz y Bien

Ascensión del Señor, promesa y certeza de plenitud











La Ascensión del Señor - Solemnidad

Para el día de hoy (13/05/18):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-20








Por el simple hecho de depender de nuestras limitaciones racionales, solemos utilizar categorías como arriba, abajo, ascenso, descenso con tenores admirativos y a menudo peyorativos. Es decir, hacia arriba está el cielo, hacia abajo la perdición, la condena, lo que no es de Dios.
Conforme a ello -que no está del todo mal-, solemos caer en cierto vicio religioso esquemático que es el de creer en un Mesías y en un Dios abstracto, que habita en lejanías casi inaccesibles a las que, luego de una vida piadosa y ajustada a la fé, se podrá acceder únicamente post mortem.

Pero la comunidad cristiana celebra al Resucitado que está a la diestra de Dios y que es Dios mismo, y celebra porque su ausencia física implica, extrañamente, una presencia rotunda y definitiva en medio de los suyos.
Y que su Dios no está tan lejos. Su Dios está amorosamente entretejido entre los pliegues de la historia humana, pura donación, ofrenda de sí mismo. Por eso celebramos a ese Cristo que es nuestro rey, nuestro hermano y nuestro Señor en el cielo que se expande en nuestros corazones, pero no perdemos la vista la horizontalidad, al hermano y a la creación, pues todos hemos salido de los albores bondadosos del Padre y a Él todo debe regresar en reencuentro para su realización total.
Porque Ascensión es promesa y certeza de plenitud, de felicidad, de vidas mínimas que vuelan hacia el absoluto del Creador.

El compromiso devengado puede atemorizar con ciertos ribetes lógicos: la tarea es enorme, los obreros pocos. Pero lo aparentemente inverosímil se transforma desde la confianza, matriz de la fé que es don y misterio. Porque con todo y a pesar de todo y de todos, de lo que somos, de nuestros quebrantos y limitaciones, Dios sigue creyendo en nosotros, en asombrosa desproporción con la confianza que solemos depositar a sus pies, en la ilógica de canastos llenos y vino abundante de la Gracia.

La Ascensión del Señor es la confianza de que continuaremos su tarea de bendición, otros Cristo por estos extramuros de la existencia.
Se trata de ser portadores felices de bendición a toda la creación, a todo el universo.
Bendición es bien decir, ratificando a cada paso que seguimos aferrados más allá de toda especulación a la fuerza tenaz y a la vez humilde de la Palabra, una Palabra que todo puede transformarlo para bien, las gentes, la naturaleza, el cosmos.

Lo que el poder utiliza en provecho propio y en desmedro de tantos, puede y debe cambiarse desde el poder de la Buena Noticia.

Por más demonios divisorios -ídolos del miedo- que se multipliquen, por más que quieran imponerse los lenguajes únicos del poder y del dinero, por más que el veneno del desaliento y la ponzoña de la soledad nos recorran, todo puede suceder para bien. Para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

Todo es posible en el Nombre del Señor













Para el día de hoy (12/05/18):  

Evangelio según San Juan 16, 23b-28








El momento de la enseñanza es solemne, pues nos encontramos en los umbrales de la Pasión, cena de amigos en donde Jesús de Nazareth se despide. Él se vá pero se quedará de manera más perfecta, aunque los discípulos aún no lo entiendan, pues debe madurar su experiencia personal y comunitaria de la Pascua de la Resurrección de Cristo.
Pero también hay solemnidad por el tenor de la revelación, que hoy nos brinda la lectura del día: la preexistencia divina del Señor, su plena identidad con Dios. Desde allí y por ello los discípulos tendrán pleno acceso al Dios del universo a través del Señor, y más aún, en unión con Él.

No es Cristo un mediador infranqueable que pone trabas o distancias a la absoluta alteridad de Dios; antes bien, es el sacerdote-puente que posibilita a toda la humanidad el acceso al corazón sagrado de Dios, amoroso corazón de un Padre que nunca descansa por todas sus hijas e hijos.

Es un tiempo decisivo el que se inaugura, perfumado de esperanza y rotundo en la confianza, confianza inmerecida que Dios tiene puesta en nosotros, confianza también puesta en Aqué que todo lo puede.
Se trata del fin de los jamases, de los no se puede, de todos los imposibles. La muerte en retroceso ya no tendrá la última palabra, la sentencia definitiva. La Palabra que siempre está viva y vivificante es la suya, Verbo que acampa fraternalmente en nuestros arrabales, un Dios tan humano y cercano que resulta inconvenientemente comprometedor.

Hasta ese momento, los discípulos oraban directamente a un Dios al que creían inaccesible, a menudo quedándose en la mera fórmula establecida. Ahora, los discípulos -ellos y nosotros- elevarán plegarias en el Nombre de Jesús, porque en Jesús se expresa en todo su esplendor y sin reservas el amor del Padre.

Hay todo un mundo nuevo, una nueva creación que se nos asoma ante nuestros corazones.
Rogar en el Nombre de Jesús no implica el uso de arcanos mágicos, ni tampoco la declamación de una combinación conmovedora de términos, sino algo mucho más profundo, y es encarnar en la propia existencia toda la vida y las enseñanzas de la persona del Maestro.

En la oración se produce la santa urdimbre de lo sagrado y nuestra pequeñez, tejido vital del tiempo santo de Dios y el hombre, la escucha atenta del Espíritu que todo vivifica, y sobre todo, que el Señor asume nuestras cosas como propias para hacerlas santas, para elevarlas a la eternidad.

En el nombre de Jesús supliquemos entonces volvernos cada día más humanos, hermanos serviciales, hambrientos de justicia, edificadores de paz, hijos amados de Dios, porque todo es posible si nos atrevemos a confiar.

Paz y Bien

La cotidianeidad se fecunda con el Espíritu de Cristo













Para el día de hoy (11/05/18):  

Evangelio según San Juan 16, 20-23a







A menudo, cuando nos sumergimos en las honduras de la Palabra, se pone en evidencia una cuestión obvia, y es que a diferencia de los discípulos, nosotros conocemos el después, lo que pasará luego de la muerte del Señor y conocemos lo que acontecerá con los discípulos luego de la Resurrección.
Luego de su experiencia pascual, los discípulos verán transformadas sus desdichas y pesares, sus miedos y resignaciones en alegre esperanza revestida de coraje, pero por sobre todo será precisamente la alegría su identidad primordial, aún cuando los gritos fieros de las persecuciones los acosen.
La primera comunidad cristiana -y todas las comunidades fieles y orantes- resplandecen por una dinámica, una energía vital que no puede explicarse con categorías científicas, que supera largamente cualquier valioso concepto de resiliencia; la tenaz y alegre vitalidad de esas comunidades sólo puede explicarse desde una vivencia profunda de su fé cristiana, es decir, del Resucitado que está presente en medio de ellos y que por eso mismo resignifican con magníficos colores maternos los sufrimientos y los pesares.
Así cada pena, para escándalo de ciertos criterios mundanos, esconde una vida siempre pujante, una vida que se expande desde el amor que la plenifica, una vida que no se coartará jamás por la muerte y por todas las muertes que le salen al paso.
La profunda alegría enraizada en Cristo Resucitado es augurio y esperanza de que el mundo que se vuelva cada vez humano y más santo, agradable a Aquél que nunca nos abandona.

Contemplando la fértil existencia de los primeros cristianos, se nos vuelve a plantear un interrogante decisivo, y es el de nuestra identidad cristiana. Si en verdad se trata de una identidad pascual, de la cotidianeidad fecundada por la experiencia constante de la Pascua del Señor Resucitado.

Tristemente, estamos habituados a lo instantáneo, a una religiosidad de mangas cortas, del aquí y ahora sin raíces ni futuro, de la banalidad que sólo es un proceso de escapatoria o calmante frente a los problemas.
Pero el Maestro nos vuelve a despertar desde la ofrenda de la cruz, el amor mayor, el grano de trigo que lleva su tiempo en germinar pero que no se detiene jamás, que muere para dar paso a una vida nueva, pariendo fraternidad y justicia en cada gesto, en cada oración, a cada momento.

Paz y Bien


Espíritu Santo, aliento firme de nuestra vocación pascual











Para el día de hoy (10/05/18):  

Evangelio según San Juan 16, 16-20









La linealidad es terrible; en tanto que mirada literal, niega cualquier posibilidad simbólica y, por lo tanto, toda trascendencia, todo nivel de profundidad. Afecta todos los órdenes de la vida, pero es más gravosa sobre la vida religiosa, la vida de fé, y de allí que la linealidad es causal de todos los fundamentalismos, tan acérrimos, excluyentes y violentos.

Así, la linealidad indicaría que la Pasión de Cristo es el final, un final horroroso revestido de derrota, y esa Última Cena sólo una despedida triste antes del contundente final. Razones no han de faltar: la propia ausencia del Maestro socava la estabilidad y las esperanzas de los discípulos, y todo se les hace ocaso sin término.

La invitación del Maestro sigue vigente desde esa noche. Se trata de no quedarse, de atreverse a la insondable aventura de la fé que es don y misterio de Dios, una fé que nos moviliza, nos despierta, un Espíritu que nos encamina a atravesar las apariencias de la Pasión y como hombres y mujeres pascuales llegar al feliz puerto de la Ascensión, con nuevo rostro y con un corazón re-creado por el Espíritu del Resucitado.

Esa vocación pascual es la que nos hace atravesar todos los escollos, que nó eludirlos. Darle a cada cosa su importancia, inclusive a aquello que aparezca nimio o banal. Confiar, jamás dejar de confiar, porque en cada cruz del camino, en cada lágrima vertida hay en germen un día distinto, una alegría que se incuba, una muerte que no define ni decide las cosas porque la vida prevalece.

Es a través de la fé que se nos ha concedido y que debemos cuidar como un regalo valiosísimo que podemos descubrir la presencia misteriosa de Cristo en lo cotidiano, un Cristo que se ha ido para quedarse de manera más perfecta, misterio entretejido con la realidad perfumada de esperanza.
Y así, mujeres y hombres de la Pascua, volvernos señales vivientes del amor de Dios, evangelios vivos que palpitan buenas noticias en el mundo.

Paz y Bien


Espíritu Santo, fuerza transformadora de la existencia












Para el día de hoy (09/05/18):  

Evangelio según San Juan 16, 12-15









Todo tiene su tiempo de crecimiento, de germinación, su progresividad, y requiere paciencia y el gusto inmenso de vivir en plenitud cada paso dado, porque aunque se peregrine en el desierto, se vislumbra como llegada la liberación, la tierra prometida de las alegrías.
Y aunque nunca -jamás- los medios justifican los fines, el horizonte confiere sentido pleno a todo andar.

La fé cristiana no es la adhesión a una idea, a una categoría filosófica, a un concepto ideológico, sino más bien y ante todo el conocimiento transformador de una persona, Jesús de Nazarerh, Dios con nosotros, nacido de mujer, crucificado y resucitado de entre los muertos.
Así entonces la verdad es Cristo, y la verdad en su plenitud es el conocimiento profundo y creciente de su infinitud, de su eternidad, de su enseñanza reveladora de Dios. Pues el único modo de acceder al Dios del universo es por Cristo.

Regresando por un momento al postulado inicial, es menester desterrar las ansias de instantaneidad, los desvelos por descubrir clicks religiosos que nos resuelvan todo. La sal de la vida, ese descubrir a Cristo, acontece cada día, a cada momento, y no depende tanto de los esfuerzos empeñados sino antes bien de la acción del Espíritu del propio Resucitado, Espíritu de la verdad de Cristo, que es la verdad de Dios, Espíritu que nos conduce de la mano como a niños que apenas comienzan a erguirse en pié y dan sus primeros pasos vacilantes, para enderezarnos como mujeres y hombres plenos hacia la Salvación.
No valen tanto los esfuerzos como el permitirnos escuchar con atención, como el dejarse conducir por ese Espiritu que todo lo vuelve fecundo.

La persona del Redentor no se agota ni en la mejor o más profunda de las teologías o espiritualidades. Mucho menos, en esta vida tan limitada. Mucho menos en afanes individuales. Siempre el conocimiento se expande en comunidad, de allí el carácter sacramental de la familia cristiana.

El Espíritu de la verdad es la fuerza transformadora de toda existencia, y es la clave de todo destino que se quiera edificar, pues fecunda de profunda alegría todos y cada uno de los días de la existencia.

Paz y Bien

Virgen Surera, Madre Gaucha del pueblo argentino












Nuestra Señora de Luján - Patrona de la República Argentina

Para el día de hoy (08/05/18):  
Evangelio según San Juan 19, 25-27








Corría el año 1630, y éramos apenas una colonia periférica de un vasto y poderoso imperio. Ni siquiera estaban incipientes sueños de Patria, de casa común.

Pero Ella ha venido hasta nosotros y se ha quedado, desde entonces y para siempre.

La llevan junto a una imagen hermana -la Virgen de Supampa- por travesía en un buque comercial, y por caminos clandestinos -ruta de contrabandistas-, pues había algo turbio en los negocios de quienes encargaron las imágenes. La carga no se compone solamente de dos pequeñas imágenes de terracota, sino que se complementa ominosamente con una miseria aberrante: un esclavo negro, Manuel por nombre, es compañero de la Virgen.

Aún así, por senderos inusuales y extraños, en medio de costumbres crueles, todo puede suceder porque Dios sigue germinando la historia, y con tenacidad de madre, con la obstinación que sólo conocen los que aman, decide quedarse en este suelo. No habría, ni hay ni existirá fuerza alguna que mueva esa carreta de ruedas enormes, no consta en el universo nada que pueda conmover estos amores que nos definen y constituyen, Virgen Gaucha, Madre del Señor, Señora de Luján, hermana y compañera de nuestros andares que cobija entre sus pequeñas manos nuestra historia y nuestro pueblo, aún con todos nuestros quebrantos, aún con nuestras luces y nuestras sombras.

La Virgen surera permanece firme en el horror de nuestras cruces y sonríe feliz en el cimbrear de nuestras fiestas.

Madre por ese Cristo que está en donde Ella se encuentre -porque donde está la Madre está el Hijo-.

Gaucha por la santa mixtura de la sangre india que aún nos corre silenciosa, y por tantos abuelos que han venido atravesando mares extensos, gauchísima confortando a los que sufren y protegiendo a tantos desvalidos, abandonados y hambreados que han de ser nuestra vergüenza y nuestra misión, protectora de los niños sometidos, Cruz del sur de tantos jóvenes sin rumbo, fiel hermana de una multitud silenciosa de mujeres y hombres honestos que desde su esfuerzo edifican una casa grande para todos, casa común en donde todos cuentan, todos son importantes, que no reconoce enemigos sino hijos y hermanos.

Ella, como en Nazareth, como en el Calvario y en la Villa de Luján también, no tiene casa propia. Ha vivido siempre en techo prestado, porque su hogar ha de ser siempre el hogar de los hijos que la reciben sin reservas, a puro afecto, con la fortaleza indestructible de la ternura.

Señora de Luján ruega por nosotros, por los que nos precedieron, por los que están perdidos, por los que vendrán, por ese hijo tuyo siempre presente que ahora sucede a Pedro, por todos aquellos que con tu misma hermosa obstinación -rebelde, pura, santa- se afirman en la solidaridad, en la presencia, en la justicia y en la paz.

Amén

Paz y Bien

El Espíritu Santo todo lo renueva











Para el día de hoy (07/05/18):  

Evangelio según San Juan 15, 26-16, 4







La lectura de este día nos vuelve a situar en el  lugar y ambiente de la Última Cena, y no es solamente un sitio en donde hay una comida de amigos, sino más bien un ámbito teológico, espiritual, en donde se define la herencia de los Doce y de las futuras generaciones de cristianos.

Ellos han compartido pan, palabra y caminos durante tres años con Jesús de Nazareth, y han recibido enseñanzas que estaban dedicadas especialmente a sus corazones y mentes. Aún así, estaban aferrados a viejos esquemas de poder y gloria que trasladaban a ese Maestro enraizado en la historia, por lo cual la misión redentora del Señor, su carácter mesiánico y la aparente derrota de la Pasión se les hacían tan inasibles, demoledoras y motivo de escándalo y estupor.
Tendrán un tiempo de aprendizaje y maduración. A menudo es importante desconfiar de las instantaneidades, de los clicks religiosos, y regresar a la paciencia y la humildad de la semilla de mostaza, que crece desde el pié, que se allana paso a paso, que madura de acuerdo a su propia naturaleza, sin apuros.

La fé también tiene su crecimiento. Es menester andar, no quedarse, pero no embarcarse en ciertas prisas sin destino, especialmente porque la fé cristiana no se enraiza en conceptos o categorías, sino en una persona, Jesucristo. Él es camino, verdad y vida.
La verdad plena, entonces, es el conocimiento pleno de Cristo, de su vida y su mensaje, de su identidad absoluta con el Padre.

El Espíritu del Resucitado irá conduciendo a los discípulos -a los iniciales, a los de todos los tiempos- a un profundo conocimiento del Evangelio, es decir, a u  pleno conocimiento de Cristo, de su enseñanza y su identidad. En esa libertad, el Espíritu nos vinculará de manera más perfecta con Dios y con sus hijos, nuestros hermanos.

La obra del Espíritu será transformar toda existencia, fecundar la historia, llevar a las personas a un encuentro cotidiano con Dios y acrecentar la fraternidad desde la caridad y el servicio.

Paz y Bien

Enamorados de la vida hasta ofrecerla sin condiciones










Domingo 6º de Pascua

Para el día de hoy (06/05/18):  

Evangelio según San Juan 15, 9-17







La enseñanza que nos brinda la lectura de este día es nodal, crucial para la vida humana y cristiana pues se establece desde la medida y perspectiva del amor.
Esta enseñanza no puede abstraerse de la perspectiva principal que es la cruz como ofrenda suprema, en contraposición total de aquellos que todo lo regulan -hasta la vida de Dios- mediante códigos y reglamentos específicos, recetas de santidad y pureza ritual que nada tienen que ver con el amor asombrosamente gratuito y absoluto de Aquél que nos ha amado primero de manera incondicional, un amor que es escandaloso para los traficantes espirituales, para los que comercian con méritos religiosos, para todas las mezquindades opresoras del mundo.

Se trata de amar como Jesús amaba.

El amaba de ese modo único y revolucionario pues conocía en su propia existencia el amor del Padre, un amor creador que no tiene reservas y que se encarna, se hace historia y tiempo, vecino, hijo querido.
Jesús de Nazareth obedece hasta la muerte al Padre, pero esa obediencia no es una subordinación de hacer venias sin pensar, de autómata sin corazón, sino en el sentido más profundo y auténtico de la expresión -ob audire- que significa escucha atenta. Escuchar atentamente para permanecer fiel, servicial obrero de la misericordia que restaura y levanta la creación.

En demasiadas ocasiones pretendemos acotar el amor al escaso tamaño de nuestra vida, a la insignificancia de nuestras existencia, y por eso andamos dispersando a cada paso tanta escasez. Sea entonces la real medida del amor cristiano -el amor humano- el amor de Cristo que se expresa en el servicio, en la gratuidad, en su infinita amplitud que no conoce menoscabos ni restricciones.

Amar como Jesús amaba implica a-pasionarse por el bien de los demás, enamorarse de la vida con todo y a pesar de todo, amarla de tal modo que nos volvamos capaces de entregar sin miramientos la propia para el bien de los demás. Palpitar la urgencia de la compasión, y el carácter único y distintivo de un Mesías que nos ha elegido amigos entrañables.

Sacrificio, en términos sencillos, es hacer sagrado lo que no lo es. El amor de Dios -sacrificio cotidiano- que encarnan los discípulos es señal de santidad que renueva, por la fuerza del Espíritu, la faz de la tierra.

Paz y Bien

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